Guillermo Hurtado

Teatro de sombras

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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El título de este artículo es el nombre de la columna que escribo en este diario. ¿Por qué elegí ese título?

El teatro de sombras es un espectáculo que consiste en proyectar marionetas planas, de cuero o de papel, sobre una pantalla translúcida. Detrás de la pantalla, los artistas mueven las marionetas por medio de varillas, cuentan la historia, hacen las voces de los personajes y tocan instrumentos para añadir música a la narración.

En 2011, el teatro de sombras chino fue declarado patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Su tradición se remonta al primer siglo antes de Cristo. Desde entonces hasta nuestros días, las compañías teatrales viajan por todo el país para hacer sus representaciones. Las historias que cuenta son ancestrales y en ellas se plasman los mitos más antiguos y los valores más perdurables de su civilización.

Platón describió en  La República una situación alegórica que nos hace recordar al teatro de sombras. Un grupo de personas están prisioneros dentro de una caverna. Sus captores proyectan sobre un muro sombras que representan las cosas de afuera. Como los prisioneros no conocen el mundo exterior, no saben que esas figuras no son todo lo que existe y que afuera están las cosas reales que sustentan las imágenes que ellos perciben.

De acuerdo con Platón, la vida humana es como un teatro de sombras. Para conocer la verdad tenemos que ir más allá de las apariencias que nos esclavizan. Ésa es la tarea del filósofo.

En el periodo barroco, la metáfora del teatro de sombras adquiere otro sentido. Para autores como Calderón de la Barca o Baltasar Gracián, el mundo también es como una gran representación teatral; sin embargo, la tarea por realizar no consiste en intentar cruzar la pantalla y ver lo que sucede detrás de ella. La sabiduría consiste en saber distinguir la bondad y la maldad, el honor y la deshonra, la rectitud y la perversión, aunque no seamos capaces de distinguir perfectamente entre la realidad y la ficción.

En el mundo de hoy, dominado por las mentiras y las fantasías, resulta muy difícil saber cuándo se nos dice la verdad, cuándo lo que se nos ofrece es legítimo. Las tecnologías de la ilusión, que dentro de la caverna de Platón se reducían a sombras sobre un muro y en el teatro de sombras chino a imágenes reflejadas sobre una pantalla de tela, ahora se han vuelto muy sofisticadas, muy poderosas.

La labor de la filosofía en el espacio público debe ser crítica. Buscar la verdad, como nos enseñó Platón y, por lo mismo, rechazar el engaño. Pero también debe ser edificante. Hacer un esfuerzo por distinguir, como nos enseñaron Calderón y Gracián, la vida buena de la mala. De manera muy humilde, eso es lo que —en algunas ocasiones— yo pretendo realizar en esta columna.