Guillermo Hurtado

¿Cuánto vale el resto de su vida?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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La semana anterior, mi amiga Paulette Dieterlen impartió una interesante conferencia sobre los argumentos ofrecidos por Michael Sandel en su libro Lo que el dinero no puede comprar (Editorial Debate, 2013). Sandel es un destacado profesor en la Universidad de Harvard que se dio a conocer por sus críticas al liberalismo de John Rawls. En su libro citado, Sandel sostiene que debe haber límites morales al mercado, es decir, que hay cosas que no se deben comprar y vender, una de ellas es la vida humana.

A pesar de que la esclavitud se ha prohibido legalmente en la mayoría de los países, la vida de los seres humanos se sigue tasando en dinero. Esto es reprobable, pero lo que adicionalmente resulta indignante es que el mercado distinga a los seres humanos por su precio. Es decir, no sólo es chocante que cada quien sepa más o menos cuánto vale el resto de su vida, sino que es humillante saber las diferencias en el valor de las vidas de las personas. Un defensor de la igualdad insistiría en que, si es indispensable poner valor monetario a la vida humana, todos los seres humanos deberíamos valer lo mismo en pesos constantes y sonantes.

En nuestra sociedad mercantilizada, el tiempo de vida de cada persona cuesta diferente. No cuesta igual el de un rico que el de un pobre. Una tarifa se puede fijar a partir de lo que el sujeto gana por hora. Supongamos que hay un profesionista que cobra tres mil pesos por hora y hay un peón que cobra 16 pesos. Luego calculamos que cada uno de ellos trabaja ocho horas por día. De esa manera diríamos que el día de un médico vale 24,000 pesos y el del peón 128 pesos. Si asumimos que hay 245 días laborables, el año del profesionista vale 5,880,000 y el del peón 31,360. Supongamos ahora que el profesionista y el peón tienen la misma edad. Para saber cuánto vale el resto de sus vidas lo único que tenemos que hacer es tomar en cuenta la esperanza de vida de cada quien y hacer las multiplicaciones correspondientes. ¿No resulta indignante que la vida del profesionista valga más —¡tanto más!— que la del peón?

Tampoco cuesta igual la vida de un joven que de un viejo. Esto resulta evidente cuando uno compra un seguro de vida. Las tasas dependen de los años por vivir. El seguro de un hombre de 60 años es más caro que el de uno de 40 años. ¿Acaso no es indignante que un hombre de 60 años tenga que pagar más dinero para asegurar su vida que la de uno de 40 a pesar de que en todos los demás aspectos sean iguales?

Yo ya hice el cálculo de cuánto cuesta mi vida dentro del mercado. ¿Usted lo ha hecho?