Guillermo Hurtado

Zhu Yi cae dos veces

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Por qué nos da risa ver que alguien se caiga? La reacción es tan automática, tan natural, que el cine mudo pronto descubrió su efectividad universal. Cuando Chaplin resbalaba, caía de sentón o se iba de bruces, las carcajadas se escuchaban por igual en Londres, México o Shangai. El recurso puede resultar efectista, incluso grosero, pero de seguro se seguirá repitiendo mientras exista la humanidad.

Cuando era niño conocí a dos hermanos muy salvajes. Estos niños eran traviesos en grado sumo y jugaban muy rudo. Recuerdo que una vez uno de ellos se fue de boca y se dio un tremendo sopetón. Como es natural, todos nos carcajeamos de su accidente, pero lo que me sorprendió fue que él también estalló en carcajadas, como si fuera un espectador más de su propia desgracia. ¿Por qué se reía de sí mismo? ¿Por qué no sentía vergüenza? ¿Por qué su risa podía coincidir con el dolor que desataba sus lágrimas?

La risa parece un suceso mecánico, como estornudar o como toser, pero no lo es en absoluto. No debe extrañarnos, por lo mismo, que algunos grandes filósofos, como Henri Bergson, hayan escrito libros enteros sobre la risa. El fenómeno tiene mucho fondo y nos dice mucho sobre la condición humana.

Los Juegos Olímpicos de Invierno son una magnífica oportunidad para divertirse con las caídas de los atletas sobre el hielo. ¿Cómo podía ser de otra manera? Si hay una superficie resbalosa es la nieve, como lo saben todos los que alguna vez han pisado esa superficie helada. Hay caídas más chuscas que otras, es verdad, pero todas provocan, por lo menos alguna risilla. Lo que ya no provoca tanta risa y, a veces, muy por el contrario, nos provoca compasión es la reacción de los deportistas después de la caída.

El día de ayer, Zhu Yi, estrella china del patinaje artístico, cayó dos veces en una de sus presentaciones en las Olimpiadas de Invierno de Beijing. En ambas ocasiones se levantó de inmediato y continuó con su rutina. Hacia el final de su presentación, la música y la coreografía se tornaron dramáticas. Era evidente que la patinadora tenía que actuar para ilustrar esos sentimientos, tenía que proyectar un pathos que lograra conmovernos. Sin embargo, también resultó evidente que Zhu Yi no estaba actuando en ese momento: en verdad sentía el dolor que debía acompañar a su coreografía. Al acabar su presentación, Zhu Yi se soltó en llanto. Sabía que sus caídas le habían restado puntos valiosos, sin los cuales China quedaría fuera de las medallas. Años y años de preparación tirados a la basura. La nube gris de esas dos caídas estará encima de ella por el resto de su vida. Nada de eso nos provoca risa, por el contrario, nos provoca conmiseración; y esa reacción también es natural y universal, y profundamente humana.