¿Hora cero para Ucrania?

ENTRE COLEGAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Como se sabe, el mundo está en vilo esperando que Rusia no concrete la amenaza de invadir Ucrania e iniciar una guerra con consecuencias potencialmente devastadoras, no sólo en la región en conflicto, sino a nivel global.

A partir de la caída del comunismo en Europa oriental y el consiguiente desmembramiento de la Unión Soviética en 1991, la relación entre Rusia y los demás estados independientes emergentes ha sido muy compleja, de fuertes vínculos y complejas tensiones, acentuándose potentemente estas últimas desde que Vladimir Putin asumió como presidente ruso, hace ya dos décadas, y cada vez más, conforme ha ido concentrando poder autocrático.

En el caso particular de Ucrania, el episodio de la anexión rusa de la Península de Crimea, en 2014, representó un hito en esos complejos vínculos. De entonces a la fecha, la polarización de la población ucraniana se ha incrementado: por un lado, una minoría separatista que anhela volver a la protección de Putin, cada vez más confrontada a una mayoría que busca, de manera decidida, alejarse de Rusia y tender más hacia las potencias y la forma de vida de Occidente.

Al inicio de la semana, los dos territorios orientales ucranianos de la región del Donbás que pretenden erigirse como las “repúblicas populares de Donetsk y Lugansk”, controladas por separatistas cobijados por Moscú, fueron “reconocidos” por sendos decretos firmados por Putin, como paso previo al envío de tropas —algo que, estrictamente, conforme al derecho internacional, constituye ya una invasión— para aumentar la presión hacia el gobierno de Volodímir Zelenski en Kiev y hacia los aliados occidentales de éste, entiéndase la OTAN y, especialmente, Estados Unidos. ¿Qué sería, por lógica, el siguiente paso? Pues parecería que nos encaminamos a una inminente confrontación militar entre las tropas rusas y las ucranianas.

Dentro del conflicto multifactorial, hay dos dimensiones cruciales para entender su naturaleza y evolución. En primer lugar, la relativa a temas militares y geopolíticos: desde la perspectiva rusa, que Ucrania ingresara eventualmente a la OTAN y, con ello, los países de Occidente pudieran instalar ahí bases militares, significaría una pérdida muy grave de su esfera de influencia que consideran “natural”, algo sencillamente inaceptable. Y, en segundo lugar, la cuestión económica, por los impactos en los mercados de gas, petróleo y gasolinas.

En una época en la que cunde la desafección por la democracia y se observa una creciente consolidación de regímenes autoritarios en todo el mundo, no es casual que Putin intente deshacer los equilibrios geopolíticos globales vigentes. El momento debe parecerle el indicado para plantear el desafío, tras el desastroso gobierno de Trump (con su desinterés por ejercer el liderazgo de Estados Unidos entre sus aliados y en organismos multilaterales), la salida de Merkel y la posible insuficiencia de liderazgo de Biden (dada su baja popularidad interna) o de Macron (a pesar de los buenos oficios diplomáticos que ha intentado ejercer).

De concretarse la invasión, estaríamos hablando de una potencia autocrática que, sin recibir agresión bélica alguna, iría a la guerra contra una democracia, por meros intereses geopolíticos, cobijados bajo un lenguaje de reivindicación nacionalista. No es por espantar, pero tal escenario ominoso es quizá demasiado semejante al vivido en Europa entre 1936 y 1939. Ojalá la presión internacional y los esfuerzos diplomáticos sirvan esta vez para evitar que el conflicto escale y no haya punto de retorno.