Horacio Vives Segl

Leyenda RBG

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl
Horacio Vives Segl
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Como es sabido, el mundo entero recibió con enorme tristeza la noticia del fallecimiento de Ruth Bader Ginsburg —globalmente conocida por sus siglas RBG— el pasado 18 de septiembre. La obra y el legado que deja la ubican como un personaje único.

Su vida es bastante conocida y ha sido motivo de inspiración de innumerables textos y expresiones audiovisuales. Es la referente por excelencia de la defensa de los derechos de las mujeres y de la diversidad sexual en Estados Unidos. Tuvo la capacidad, tenacidad y coraje para abrirse paso en un mundo de restricciones y de escasas oportunidades para una mujer judía. Nadie como ella tuvo tal habilidad y talento para aprovechar su activismo y su constante ascenso en la carrera judicial hasta llegar a ocupar un asiento como justice en la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. RBG tuvo características muy particulares que la distinguieron de entre quienes han llegado a la cima del Poder Judicial de cualquier país.

Sin haber tenido antes una carrera política —o sólo la mínima requerida para avanzar en la rama judicial a esos niveles— ni haber estado expuesta a las “trituradoras de prestigio” que pueden ser las competencias electorales o el desempeño de algún puesto en la administración, RBG logró convertirse en una celebridad mundial: un estandarte de las causas liberales y progresistas, que sólo podría ser comparada con la adhesión y el reconocimiento que, por distintas razones, despertaron en el último siglo personajes como Gandhi, Churchill, Martin Luther King, John F. Kennedy, Eva Perón, Nelson Mandela, Juan Pablo II o Barack Obama. Pero ninguno de los anteriores fue elevado al firmamento de rockstars portando una toga judicial. Sólo ella. Única.

Como muchos pasajes intensos de su vida, su fallecimiento coincide con un momento crucial para Estados Unidos —con repercusiones en todo el mundo—. A escasas seis semanas de la elección presidencial, que tiene a Donald Trump con un pie afuera de la Casa Blanca, la muerte de Bader Ginsburg le imprime una mayor polarización y dramatismo a la recta final de la campaña. Su sustitución en la Corte es crucial para no desequilibrar más la integración de ésta hacia el péndulo conservador. Como se sabe, hace cuatro años ocurrió algo muy parecido: poco antes de la elección de 2016 falleció el referente conservador Antonin Scalia y, a pesar de que Obama propuso poco después a Merrick Garland —un jurista más bien moderado—, los republicanos, con mayoría en el Senado, decidieron no nombrar al justice que le reemplazara, sino hasta que pasara de la elección.

Lo que está en juego no es menor: en el corto plazo, en un escenario de conflicto postelectoral —como el que se presentó en 2000— parecería más deseable tener completa a la Corte Suprema; pero sería sumamente grave que Trump, sabiendo que puede perder, aproveche mezquinamente la oportunidad para dejar una Corte Suprema desbalanceada, que, primero, pudiera garantizarle un “triunfo judicial” si impugna la elección presidencial; y que, además, a mediano plazo pondría en grave riesgo, durante una o hasta dos generaciones, el avance en la agenda de derechos sociales por la que tanto luchó, exitosamente, RBG. Ojalá no sea así.