Horacio Vives Segl

Los Oscar y el espectáculo de la violencia

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Era la ansiada cita anual que esperamos los fanáticos del cine, en la que se entregan los laureles más importantes de la industria; una ceremonia en la que se premiaría a lo mejor del “séptimo arte”.

Los Oscar siempre se han caracterizado, además de (lo obvio) por el reconocimiento a lo mejor de la industria cinematográfica, por ser escaparate de diversos discursos políticos. Dada la coyuntura actual, habría podido ser un difusor inmejorable de una fuerte condena a Rusia por la absurda y sanguinaria invasión de Ucrania. Pero no: el tema quedó en un tímido momento que ni siquiera reprodujeron todos los repetidores de la transmisión televisiva. Hubo, sí, algunos otros mensajes importantes: es la primera vez que, en dos años consecutivos, sendas mujeres ganan el premio a mejor dirección. En esta ocasión fue Jane Campion, por El poder del perro. Sumando el Oscar del año pasado a Chloé Zhiao por Nomadland, sólo en 3 de 94 ediciones ese premio ha sido concedido a mujeres.

Los galardones a mejor película, guion adaptado y actor de reparto, logrados por CODA, podrán no gustar a muchos, pero es una decisión muy congruente con los criterios de inclusión que suele adoptar la Academia, en este caso, hacia las personas sordas. Lo mismo con los premios (cantados) a Jessica Chastain como mejor actriz en papel protagónico y Ariana DeBose como actriz de reparto, con los correspondientes y muy asertivos discursos en pro de la salud mental y las minorías LGBT+. Y por el lado de la calidad cinematográfica pura, los seis Oscar para Dune por sus logros visuales, auditivos y técnicos, fueron sin duda muy merecidos. Hasta ahí, Hollywood siendo una buena versión de Hollywood.

Vendría entonces el pésimo chascarrillo de Chris Rock sobre Jada Pinkett Smith y la inconcebible reacción de Will Smith. A partir de ahí todo se saldría de control y se volvería extraordinariamente incómodo. Tal vez con las únicas excepciones de Anthony Hopkins y Denzel Washington, nadie supo reaccionar bien. El tremendo y perturbador escenón que quedó como la impronta de la ceremonia 2022, seguramente pasará a la historia como uno de los momentos más aberrantes en la historia de la televisión: el globalmente difundido cachetadón y el posterior debate encarnizado en torno a la normalización de la violencia.

Más allá de los motivos —el propio Will Smith los gritó a boca de jarro—, bajo ninguna circunstancia era aceptable el episodio violento. Pero todavía faltaba que el agresor subiera a recibir el Oscar al mejor actor del año, con una intervención lamentable, incluyendo una disculpa muy insuficiente —hacia la Academia, pero no hacia la persona golpeada, ni tampoco hacia los millones de espectadores que contemplamos tan vergonzoso momento— y un montón de cursilerías aderezadas con lágrimas que se percibían “de cocodrilo”… todo lo cual “mereció” un aplauso cerrado por parte de los asistentes.

Lo cierto es que la última parte de la ceremonia transcurrió entre el disimulo y la disociación. ¿En qué cabeza cabía que, después de semejante disparate, la audiencia festejara al agresor y sus “justificaciones”? ¿No fue acaso una muestra lamentable y, a la vez, elocuente de la indiferencia, y, acaso, de la celebración, con la que buena parte de la sociedad se relaciona con el fenómeno de la violencia?

Preguntas incómodas para generar una reflexión más profunda que la frivolidad que suele permear el mundo del espectáculo.