Horacio Vives Segl

Sebastián Piñera y la clase política chilena

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El 6 de febrero se confirmó una noticia que conmocionó a la política en Chile y sorprendió al mundo: a los 74 años de edad, el expresidente Sebastián Piñera Echenique falleció en un accidente al estrellarse el helicóptero piloteado por él mismo, en Lago Ranco. 

No es nada fácil ganar elecciones y acceder a la presidencia de un país dos veces. Lo es menos si la reelección no es consecutiva, la única que admite la Constitución chilena. Tras el retorno a la democracia (1990), sólo dos personas han alcanzado esa proeza: Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. El primer triunfo de Piñera fue un hito en la historia política de Chile. Con ello, se terminó de cerrar el ciclo de la transición a la democracia chilena.

Empresario de formación, converso a la política, Piñera tuvo importantes aciertos, pero también fue blanco de severas críticas en sus dos gobiernos. En el primero de ellos (2010-2014) logró revertir los efectos de la crisis económica global de 2008-2009 y comandó la reconstrucción del país tras el devastador terremoto del 27 de febrero de 2010. Otro de sus grandes aciertos —uno muy mediático— fue el rescate con vida, tras 69 días, de los mineros atrapados en el colapso de la mina San José.

La política exterior de Piñera fortaleció la presencia regional de Chile: en 2011 —en clara muestra de su habilidad para superar las distancias ideológicas— fue el primer presidente pro tempore de la Celac, celebrada en Venezuela, con Hugo Chávez como anfitrión; en 2012 se integró con México, Colombia y Perú la Alianza del Pacífico; y en 2014 firmó la resolución de un antiguo diferendo marítimo limítrofe con Perú. Chile se consolidó como la economía más desarrollada de la región, pero con el enorme pecado capital del aumento de la desigualdad social.

El segundo mandato de Piñera (2018-2022) estuvo caracterizado por dos hitos relevantes. En el balance positivo, la gestión de la pandemia de Covid-19 fue, en comparación con el resto de los países latinoamericanos, la mejor posible. En el negativo, afrontó una grave crisis política y social que se manifestó a partir de octubre de 2019, a la que el gobierno respondió inicialmente con tácticas represivas que provocaron una treintena de muertes, lo que puso en cuestión, incluso, la caída del gobierno. Sin embargo, hay que reconocerle colmillo político a Piñera: mientras capoteaba la crisis política, siguió con la reconstrucción post pandemia del país, y, además —tocando fibras patrióticas sensibles— impulsó la celebración de un referéndum para derogar la constitución pinochetista (manzana envenenada heredada al actual gobierno, que, tras dos plebiscitos constitucionales fallidos, ha abandonado la aventura de buscar una nueva constitución).

Finalmente, hay que reconocer la cultura cívica y el talante democrático de la clase política chilena ante la tragedia, empezando por el presidente Boric, quien, desde las antípodas ideológicas de Piñera, declaró que éste “fue un demócrata desde la primera hora y buscó genuinamente lo que él creía que era lo mejor para el país”, además de decretar tres días de luto nacional y presidir los funerales de Estado, donde fue muy aleccionador ver la unidad de todos los expresidentes chilenos vivos. Sólo por comparar, de los tres expresidentes mexicanos que han fallecido en este siglo, sólo uno, Miguel de la Madrid, fue honrado con funerales de Estado en toda forma, encabezados por el entonces presidente Felipe Calderón, en 2012.