Jorge Camacho

Un domingo de maratón

ELUCIDACIONES

Jorge Camacho *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Jorge Camacho 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En México, cada día toma más relevancia e importancia hacer ejercicio, en algunos casos por el placer de hacerlo, en algunos otros por salud, y casi en la mayoría por estética y vanidad.

Los lugares para correr al aire libre están llenos el fin de semana, y entre semana siempre tienen gente dispuesta a “correr la milla”. También es verdad que los gimnasios y el ejercicio bajo techo, tienen su relevancia y sus adeptos.

A los mexicanos nos debe hacer mucho sentido el ejercicio al aire libre, pues las estaciones del año tienen poca variación, y si bien es verdad que los últimos y los primeros meses de cada año el frío aumenta, nada se compara con lo de otros países, sobre todo de Estados Unidos o Europa, donde las estaciones tienen personalidad propia.

El cuento de las estaciones viene a colación por el maratón de Nueva York, que corrí el pasado mes de noviembre.

Regresar a las calles y a los parques a entrenar es un gran síntoma de que las cosas están regresando a la normalidad. El día a día comienza a ser nuevamente en aparente normalidad, el paso de los meses se advierte por los sucesos cotidianos, más allá del encierro en donde las horas, los días, las semanas y los meses, terminaban por ser eternos.

En sí correr el maratón, y hacerlo en Nueva York, es un suceso fuera de serie, donde el cúmulo de emociones tiene colofón en las calles de la ciudad más cosmopolita de los Estados Unidos, con miles y miles de personas que salen a las calles, no sólo a correr, sino a apoyar a los que vamos corriendo. Por las calles y barrios históricos, saliendo de Staten Islan y cruzando ese primer puente que significa casi dos kilómetros en pura subida, pasando por Brooklyn y Queens donde los paisanos se desviven en gritos de apoyo, entregando sus gritos de aliento al identificar que por ahí va uno que nació donde ellos, aunque ellos al final tienen ya sólo el vago recuerdo de lo que es su país natal. Antes de cruzar otro gran puente con otra subida rompepiernas, y previo a llegar a Manhattan, tenía claro que los paisanos que salieron, también lo hacían por encontrar a alguien, que, aunque sea a la distancia, los acercará a sus raíces. A ese pedazo de tierra que los vio nacer y que casi seguro no los verá morir. En su mayoría el aliento y el grito va en sentido de añoranza, es como decirle, con el grito de apoyo, “extraño tanto lo que dejé atrás”, que me llena el alma saber que alguien sabe o por lo menos siente y escucha, que donde sea que esté, no va solo.

De camino a Central Park, al doblar, pasando por el Bronx, mi pensamiento estaba fijo en llegar a la meta, ya había pasado los primeros 30 kilómetros, mis piernas ya estaban flaqueando y empezaban los síntomas de que estaba por venir lo más complicado, era algo así como el ocaso del día, algo similar al frío del invierno que se siente cuando ya está por terminar un año más y no dejaba de pensar en la cara de quienes estaban apoyando y gritando, esos mexicanos que mandan dólares y que hacen que la economía de los que estamos de este lado de la frontera, no se vaya por el caño. Ese grito de apoyo en las calles de NY es un grito desesperado y por el cual casi me detengo a agradecer.

Entré a la parte final de mi carrera, y mi mente estaba en tres cosas, terminar la carrera, ver cómo la gente estaba desesperada por salir de la pandemia, y en todo lo agradecidos que debemos estar los mexicanos por el apoyo de los paisanos que viven por allá.