Jorge Camacho

Iturbide y Guerrero, 200 años después

ELUCIDACIONES

Jorge Camacho *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Jorge Camacho 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La historia la escriben los vencedores. Una vez que la palabra llega al papel, difícilmente puede enmendarse el relato, porque el papel, la tinta y la prensa los administran los vencedores. Éste es el caso de dos figuras decisivas para la historia de México, pero de desigual suerte en la memoria colectiva. Uno, propiamente el padre de la Independencia; el otro, cabecilla en la etapa de la Resistencia: Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Sobre el primero ha caído un amplio manto de olvido, habitualmente calificándolo de dictador, soslayando sus contribuciones fundamentales a la Independencia.

Iturbide dotó al país del emblema y los colores de la bandera nacional. Guerrero irrumpió como adversario de Iturbide y cabecilla del Ejército Insurgente del Sur. Ambos firmaron el Plan de Iguala que recogía la unión de los mexicanos, la independencia y la religión, y en que se unieron los ejércitos realista y suriano. La independencia se consumó con la entrada en la capital de la República del Ejército Trigarante el 27 de septiembre de 1821. La carrera política de ambos corrió de manera paralela. Tras la Independencia, Iturbide fue coronado Emperador, mientras que Guerrero fue nombrado Capitán general del Ejército del Sur. Caído el primer Imperio, sus vidas se separan. Iturbide pasa al olvido, mientras que Guerrero protagoniza hechos relevantes.

Ambos son figuras decisivas en el camino a la independencia del país. Con todo, Iturbide es tratado poco menos que traidor. Su error, intentar establecer un imperio a imitación de las potencias de Occidente en lugar de una República como la que demandaba Guerrero. Los planes de Iturbide fueron resultado de un desajuste político que a primera vista traicionaba los puntos del Plan de Iguala, que recogía la igualdad entre mexicanos. Más avezado, Guerrero promovió la república. Sin embargo, México se emancipó gracias al trabajo y la complicidad de ambos para poner a México en primer lugar.

La historia ha sido desigual a la hora de valorar las aportaciones de uno y otro. Desterrado Iturbide, Guerrero vive una confortable posteridad. Pero hay algo injusto en estas apreciaciones. Negar a Iturbide su significación es amputar una parte de nuestra memoria. Su contribución fue tan determinante como la de Guerrero.

A doscientos años de esos hechos, quizá sea ya el momento, si no de otorgarle un lugar prominente en la historia, al menos de concederle una parte de su valor. Caso distinto es el de Vicente Guerrero, héroe de la Patria, sobre quien recaen esplendores rutilantes de la heroica gesta. Pero también en Guerrero hay un exceso como defecto es en Iturbide. Finalmente, hijos de su tiempo y de sus circunstancias, cada uno ideó aquello que acaso mejor convenía al país. Sólo hay que recordar la consigna de Guerrero, “la Patria es primero”. Que el suriano la formulara no implica que Iturbide no la compartiese.

Ambos compartieron sucesos, decisiones, proyectos. Ambos sirvieron a su país. Ambos lograron la Independencia. El Plan de Iguala es el momento decisivo para dotar de personalidad a la nación recién constituida. En su manifiesto se consignan los puntos que transforman a México en una joven república. Iturbide y Guerrero son inseparables a la hora de enfrentar el mismo reto. Ejemplo de colaboración entre diferentes, capaz de realizar hechos improbables.