El bonche de cosas que provoca la FIL

LA UTORA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Escribo esto desde la rebambaramba de las hormonas literarias, la “inmensa platicadera” (dijo José Agustín), el Disneyworld de los junkies de las letras, o sea, la FIL Guadalajara.

En el parque construido por Walt Disney, mientras caminas te encuentras a Mickey o a Mimí; bueno, pues aquí en años previos me he topado con Pedro Lemebel, Rosa Montero, Alessandro Baricco, Claudia Piñeiro, Fernando del Paso, Leila Guerriero, Salman Rushdie, Fernanda Trías, por decir nombres grandes.

Es un fenómeno extraño, esta Feria. Los escritores solemos trabajar a solas y está bien. Durante la pandemia, varios reconocimos que el aislamiento no era insólito, porque en este oficio es frecuente pasar días entre libros y computadora, sin mucho contacto humano. Para algunos de nosotros escribir conlleva, como bien apunta Rodrigo Fresán, vivir en la trastienda silenciosa, sin testigos. En cambio, durante la semana de la FIL, pasamos un momento al escenario a presentar un libro propio o ajeno, firmar algunos ejemplares, tomarnos una foto. Y, claro, beber, desvelarnos rientemente, abrazar amigos con los que coincidimos en esta cita. Aunque no todo es concordia: también sale a relucir el cochambre de la especie literaria entre jetas, pleitos, envidia. Faltaba más.

Desde 2011 vengo cada año (salvo 2020 y 2021, por pandemia), no quiero ni puedo esquivar este jolgorio desaforado, etílico. En estos tres primeros días ya estuve en algunos lanzamientos y participé en cuatro presentaciones editoriales: del volumen Pasión Puma, con el grande Enrique Borja; de María Nadie y ¡No te rindas!, novelas editadas por Vindictas, de Libros UNAM; del estupendo libro de Olvido García Valdés, Teresa de Jesús, un ensayo biográfico, y de la colección de publicaciones de Punto de Partida, de la Dirección de Literatura de la UNAM. Además tuve firma de mi nuevo libro, El lado B de la cultura, vol. 2: al stand de Penguin se descolgó harta gente a la que le agradezco en los adentros darme un estrujo al corazón. Ustedes son la hostia.

Seguiré con agenda enloquecida, porque daré algunas entrevistas sobre el libro, quiero grabar a autores para las redes de la Cátedra Carlos Fuentes y me esperan un par de reuniones de trabajo, además de buscar libros inconseguibles en otro contexto (como de Editorial Visor) y correr de una punta a otra de la Expo a presentaciones indispensables. Vuelvo el miércoles, de modo que no alcanzaré a oír a Pascal Quignard ni abrazar a Piedad Bonnett: ambas cosas me pesan una barbaridad.

Ahora mismo estoy desvelada, cruda, me duelen los pies y estoy a dos de que me dé tortícolis por cargar libros, pero traigo sonrisa idiota. Mi tocayo Julio Patán lo definió con precisión cirujana: al volver de la FIL Guadalajara sientes “depresión posparto, estrés postraumático, resaca, síndrome de abstinencia, síndrome de Estocolmo”. Todo junto. Sólo nosotros entendemos la adicción de este shot anual de adrenalina.