Qué hay detrás de presentar un libro

LA UTORA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Les cuento: el oficio de escritor es solitario. Los textos, al menos los míos, no se gestan entre tumultos. Quizá le achaco al trabajo mi neurosis, pero me resulta de veras imposible arrancar un poema o un ensayo teniendo junto a alguien, aunque esté en silencio. Necesito saberme aislada, acaso porque cuando escribo me escribo, dialogo, me río, pregunto, discuto. Y pues qué pena con las visitas.

Para mí, un reventón de viernes bien puede involucrar tres diccionarios y unas pantuflas. El argentino Rodrigo Fresán, pluma contemporánea que admiro, me dijo hace años en la FIL Guadalajara: “Uno se hace escritor porque le gusta estar solo, es de las pocas formas legítimas de defender la soledad. Hasta el siglo XIX era algo noble. Hoy, si dices: ‘Quiero estar solo’, todos se preocupan, pero si añades ‘…porque tengo que escribir’ aún te lo dejan pasar”. Así tal cual.

Persigo el apartamiento por sí mismo y también porque implica la recompensa del ejercicio literario. No conozco adrenalinazo mayor que terminar una página y sentir que di forma a algo capaz de sostenerse sin muletas (aunque luego lo tire). Ahí es donde ocurre la literatura que me interesa: sin testigos. 

La contraparte bulliciosa de esa arena en las venas viene cuando presento el volumen acompañada de los cariños briosos de familia, amigos y colegas que vencieron todo pronóstico para estar ahí. Es un rito de paso en comunidad, no es que ocurra algo en particular. Los comentadores son gente querida y tras echarle en bola buenos augurios al libraco viene la firma de ejemplares; ahí conozco a lectores que tal vez he visto en redes, pero me gusta ponerles cara. Cuánto agradezco el esfuerzo de coincidir conmigo. Luego celebramos juntos con un brindis, para acabar yéndonos a cenar un puñado de cuates.

Disfruto que mi oficio comprenda esos equilibrios, constate mi lugar en una tribu que se reúne en torno a palabras. Y es lo mismo si festejo lanzamientos de mis personas entrañables. El autor español Matías Escalera lo dice bonitamente: “Presentar un libro es un acto de auténtica esperanza. Una valerosa afirmación del sentido de la escritura, de la amistad y del compañerismo, en un mundo tan hostil al gozo gratuito de lo común y lo humano”.

Así, lo confieso de una vez: extraño las presentaciones presenciales de libros (ingenua de mí, antes hubiera brincado por el sinsentido de una presentación-no-presencial). El sábado pasado tuve una muy chula sobre mi título reciente, El lado B de la cultura. Fue híbrida: Veka Duncan, Romeo Tello y los participantes, a través de pantallas; Fernando Rivera Calderón y yo, desde mi casa. Lo considero un augurio luminoso de estar juntos pronto. Pensándolo bien, no pido demasiado, sólo que cada par de años pueda ser la niña de la fiesta, rodeada de amigos en su patio particular, que se moja y se seca como los demás.