Julia Santibáñez

¿Tengo derecho a mirar la tragedia?

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. 
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
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Una mojarra al mojo de ajo, la cerveza fría y platicar con mi hija, contenta porque participó con amigos en una carrera sobre Reforma. Qué domingo sin tropiezos. Pero aunque todo parece bien, percibo una estridencia de fondo.

Al terminar su competencia fuimos al Museo Franz Mayer, a ver la muestra de la World Press Photo. Desde hace años hemos vuelto una tradición septembrear esta exposición de fotoperiodismo. Nos recibe la imagen atroz de Iryna, embarazada y sangrante, a quien cinco hombres llevan en camilla a un hospital de Mariupol, luego de un ataque ruso en Ucrania. Según el pie de foto, madre e hijo murieron poco después. De la misma zona geográfica es Anton, médico militar de 22 años, quien se enfrenta a la vida sin un brazo y ambas piernas. Muerdo un trozo de cal.

Más allá, un adolescente afgano, Khalil Ahmad, muestra la cicatriz que le dejó la decisión familiar de vender uno de sus riñones por 3,500 dólares. La alternativa era morir todos de inanición. También se incluyen imágenes que sugieren esperanza, aquella palabra incierta. Tras el asesinato de Mahsa Amini por no usar el hiyab, una chica cuenta cómo un grupo de gente se puso a corear en una calle iraní: “Mujer, vida, libertad”. Pero vuelve la miseria, el sinsentido. En el Estado de México, Carmelita, de 16, padece reblandecimiento de la masa cerebral, resultado del uso irracional de pesticidas donde vive, mientras dos madres subrogadas de Camboya, Vin Win y Ry Ly, fueron detenidas por rentar sus vientres para ganar dinero extra; no lo obtuvieron y hoy crían a niños concebidos para terceros. Lo invisible cebándose con los más vulnerables.

¿Tengo derecho a mirar la intimidad de esas tragedias? Me pregunto por qué vengo a presenciar la guerra, la jodida y rentable guerra, la masacre, el hambre, la contaminación, el odio. Lo descarnado al hueso. Ensayo respuestas: aunque me angustie, quiero estar informada, saber lo que pasa en el mundo. Por otro lado, como escritora y editora creo que la narrativa ayuda a entender. Genera ecos, contagia sentires. Además, al ver la muestra quizá contribuya con otros miles a que lo terrible no pase inadvertido: es apremiante dar testimonio, nombrar a las víctimas, contar sus historias. Pero también aflora la desolación, porque tanto dolor es irreversible. Nada puede evitar que siga pasando. Y aunque me avergüence decirlo, reconozco el egoísmo: tengo la suerte inmensamente cara de no ser una de las víctimas.

Susan Sontag se pregunta en Ante el dolor de los demás (la traducción es mía): “¿Somos mejores por mirar estas imágenes? ¿Realmente nos enseñan algo? ¿O sólo confirman lo que ya sabemos (o queremos saber)?”.

Me planteo estas contradicciones sin salida y por lo mismo encuentro indecoroso comer a gusto media hora después. Y aunque no logre acomodarme en la silla, aquí sigo.