Julia Santibáñez

“¿Para qué leer poesía?”

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Abro Twitter y encuentro esa pregunta de un seguidor a quien no conozco. Al mismo tiempo se me ocurren ninguna más veinte respuestas, entre ellas “porque la poesía ayuda a vivir”, como afirmó Eliseo Diego.

Evito contestar a bote pronto y volteo los ojos bien hacia adentro. Me pregunto con toda la netez que me cabe en el cuerpo por qué cada día busco versos, memorizo sonetos, mantengo a la mano a mis autores indispensables. Ahí está la respuesta: lo hago porque mi historia personal, como la de todos, disimula un espacio insondable, oscurante, un precipicio de tinieblas en el que a veces cae el ánimo. Y en ese abismo existen corrientes subterráneas capaces de arrastrarme río abajo. “There are tides in the body”, asentó Virginia Woolf. Ella sabía de lo que hablaba.

Al leer un poema sólo puedo encontrar lo que ya tenía bajo la piel. Únicamente me provocan eco los acontecimientos interiores míos que se parecen a los de ella y él, quienes hace cuatro siglos o una semana garabatearon pocas líneas. Con frecuencia unos versos arrojan luz a mi despeñadero y le quitan algo de su cualidad aterradora. Poco a poco me enseñan a mirar de frente la oquedad que se llama culpa, miedo, ostracismo, tristeza, tedio, parálisis, muerte. Joan Margarit afirmaba que el trabajo del poeta infunde en la soledad de las personas un cambio que las dota de un mayor orden interior, “frente al desorden continuado de la vida”. Eso. Exactamente eso. En mis daños no estoy sola, aprendo. Formo parte de la difícil humanidad y en esa medida nada de lo que me duele es nuevo. Cómo reconforta el vínculo con mi semejante, de uno a uno.

Pero hay más. No siempre requiero empatía cuando abro un volumen. Algunos días busco un shot de belleza, la perfección compacta que aparece tan fresca y solar en la escritura de Sor Juana, Juan Gelman, Anne Sexton, Ramón López Velarde, Delmira Agustini. Es como si ahorita mismo acabaran de exprimir, para mí, ese jugo de naranja impresionante. Su escribir vicioso, color más allá del color, se mete en la sangre para siempre y la ilumina. No precisa camino de salida.

Se cuenta que al preguntarle a Théophile Gautier para qué sirve un poema señaló: “Sirve para ser bello. ¿No es suficiente?”. Si la frase puede ser apócrifa, no lo es la defensa que ese artista hizo de la estrofa soberbia, estética, esculpida como sobre mármol. La que no es un medio, sino un fin en sí mismo. El esplendor formal implica “el rasgo más altivo y delicioso” que pueda haber, escribió el francés, y eso justifica su existencia.

Ya sé mi respuesta al mensaje de Twitter: “¿Para qué leer poesía? Para saberme no sola y además empaparme de belleza. Me parecen razones más que suficientes”.