Julia Santibáñez

Poesía ante la emergencia

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Quien se está ahogando sólo piensa en otro bocado de aire. Y el siguiente. Y uno más. 

Mirta Luz se veía siendo mamá de Nadia por muchos años, toda la vida, pero en 2015 torturaron y asesinaron a su hija, de 32. Machacada, con sobresaltos de horror, Mirta Luz buscó respuesta a la quemante desesperación en cada gota de sangre. Al abismo que llegó a su costado. Un camino fue “incendiar de palabras... las calles de este país de sombras”. Poeta, plasmó cosas como: “No te vayas de mí, niña de azúcar, / a plantar margaritas en tus huesos. / No me dejes sin tus ojos ciega, / no me dejes sin tu voz silente, / no me dejes sin tu luz a oscuras, / no me dejes sin tu piel desnuda”. Eso le dio aliento para seguir, afirma en “Nadia Vera, masacre en la Ciudad de México”, episodio del podcast Así como suena, de María Scherer y Carlos Puig.

En este #8M encuentro que una de las virtudes más nobles de la poesía es justamente acomodar el dolor y la furia ante la violencia, para no empantanarnos. Se trata de literatura concentrada como un vaso de vino, sin cáscara ni semillas: el puro zumo. Porque necesitamos algo fuerte, que nos ayude a tragar esta piedra en la garganta: a ellas, las nuestras o desconocidas, las están matando. A nosotras chance nos toque mañana.

Como a diario se suma el asesinato de once de nosotras, entonces urge decir esto, del chileno Raúl Zurita: “Que se me derritan los ojos en el rostro / si yo me olvido de ti / Que se crucen los milenios y los ríos se hagan azufre / y mis lágrimas ácido quemándome la cara / si me obligan a olvidarte”. También aplica ante la niña víctima de violación, la aterrada en vida o muerte, la mujer que rociaron con ácido, la que se desangra en un aborto clandestino, la descuartizada. Sólo aventando del pecho versos de ese tamaño podemos pasar saliva. Y luego gritar más fuerte, porque “tu nombre es una fisura en la garganta”, resume Enzia Verduchi.

En otro caso, una madre escupe líneas que son una herida abierta: en 2012 le regresaron cachos del cráneo de su hija desaparecida. La poeta Rocío G. Benítez imagina esta escena: “¿Y si alguien comió de su carne? / Te despierta la duda a las tres de la mañana / pensando en tu torva muchacha / puesta en un plato / para el desayuno. // Y acaricias sus pedacitos de cráneo / para consolarte / para consolarla”.

Creo que escribir o leer versos como éstos, memorizarlos, compartirlos e incomodar con ellos es de veras otra forma de protesta, de activismo. Creo también que la poesía nos regala un bocado de aire, como el que ya no alcanzaron tantas. Para seguir reclamando por esas tantas.