Julia Santibáñez

Cómo rompemos el tabú de la maternidad

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Yo tampoco quería hijos... ya tengo dos trabajos, por uno me pagaban, y por el otro —el que más me costaba y el que más gustaba—, no. No podía asumir un tercer empleo, mucho menos si era gratis”. La cita es de La encomienda, novela de la colombiana Margarita García Robayo. El pasaje tiene una concentración demoledora: la maternidad como LA chamba sin paga. Su protagonista es empleada en una agencia de publicidad, pero busca dedicarse a escribir. Platica con una joven niñera, quien tampoco quiere niños porque un hijo es “un esfuerzo largo y demasiado físico, no quería poner su cuerpo ni su tiempo [...] requería de una entrega absoluta y definitiva, si es que una no quería destrozar a la criatura”.

Descoloca una reflexión en este tono sobre el asunto: hasta hace poco no estaba entre las novedades de librería. Más que la lucha contra el acoso y cuestionar el matrimonio como institución que mantiene dependiente a la mujer, más allá de legalizar el aborto en varios estados, por encima de establecer que nuestro peso no compete a ningún hombre, entre otros asuntos que el feminismo ha traído a la mesa, “el embarazo y el nacimiento eran temas mucho más tabú que el sexo”, señala Alicia Ostriker. Sí. Por siglos nos educaron para dar a luz y criar como el trabajo gratuito que nos tocaba, camuflado de amor. La versión dominante sobre la materia la establecieron ellos.

Junto a quien decide no engendrar, ahora suena fuerte también la voz de quien ha criado “a los hijos de su madre, a sus hijos y a los hijos de sus hijos”, de quien sabe que “para criar, el amor no es suficiente”, de la que acuna con bramido espantable “un hueso como se acuna un hijo recién nacido”, desgrana Daniela Rea, ella misma con sus dos niñas “a cuestas”. En estos días leo Fruto, su libro minucioso y coral. Le sumo mi historia: aunque decidí en pareja ser madre, tuve que asumir sola el peso emocional y económico de la crianza. Protesté por esa injusticiadera mientras nacía yo misma junto a mi hija. Y le hice versos como: “Empujas el pedal de tu triciclo, / se activa el engranaje de mi asombro. / Llevas a rastras mi devoción / y ni te enteras”. Años después el desborde sigue igual.

Hoy, las maternidades aún involucran cuidados, terneza, bonche de dudas, pero vibra también el hartazgo por la violencia normalizada de sobrecarga, por lo muchísimo que socialmente se nos exige. Es preciso inventar nuevas formas de vivir la experiencia, con resta de culpa y suma de gustos.

Algunas creemos que las palabras acuerpan realidades: el motor más decisivo, el más definitivo es nombrar. De ahí en adelante. Por eso escribimos sobre maternajes que cuestionan y no se hincan como puñal en la costilla. No cancelan. No explotan. La escritura es también un pararrayos.