Julio Trujillo

Constelación Pessoa

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio Trujillo
Por:

Hace ciento seis años, cinco meses y dos días ocurrió un fenómeno más digno de la ciencia ficción que de la historia de la literatura, pero que es un ilustre capítulo de ésta.

Fernando Pessoa, un hombrecillo anónimo y que procuraba el anonimato, redactor de cartas comerciales en francés e inglés, paseante sombrío de las callejuelas de Lisboa, ente huidizo y deliberadamente gris, implotaría milagrosamente en una serie de personajes —debería decir: personas— durante una racha de escritura febril que nos ha legado, entre otros, a su maestro Alberto Caeiro (sí: el poeta se desdobló en su propio predecesor), a los discípulos Ricardo Reis y Álvaro de Campos y al propio Fernando Pessoa. Él lo narra así en una carta: “Me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una suerte de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca tendré otro así”. Esos treinta y tantos poemas no corresponden a Pessoa en estilo, sino a un poeta enteramente nuevo que ahí fue engendrado, Caeiro, y como reacción a ese inusitado fraccionamiento, de inmediato procedió a escribir el largo poema “Lluvia oblicua”, éste sí de Pessoa, reafirmándose. Pero la efusión creativa no terminaría ahí: al sentir a Caeiro necesitado de discípulos, Pessoa moldearía del barro de su imaginación a Ricardo Reis. Y hay más: “De pronto, derivación opuesta de Reis, surgió impetuosamente otro individuo. De un trazo, sin interrupción ni enmienda, brotó la Oda triunfal, de Álvaro de Campos”. Cuatro poetas, cruzados de influencias, con admiraciones y rechazos entre sí, pero cada uno con un estilo propio e intransferible, brotaron en un solo estallido aquel 8 de marzo de 1914. El poeta tenía veintiséis años. Es cierto que Pessoa ya existía, evidentemente, pero fue en esa fecha cuando se afinó, recortándose contra los demás. Los cuatro poetas son extraordinarios. No se conoce un fenómeno igual.

No son un simple cambio de nombre o mascarada, no son pseudónimos: son personalidades enteras, sólidas. Y decir cuatro es quedarnos cortos, muy cortos. Los especialistas Jerónimo Pizarro y Patricio Ferrari identifican hasta 136 heterónimos (llamados así por el propio Pessoa), cada uno con una biografía. No todos nacieron en un solo día, pero dan cuenta de un autor escindido, balcanizado, atomizado, que al mismo tiempo siempre fue Pessoa. Algunos de ellos, para el pasmo del psicoanálisis, critican y ningunean al propio Pessoa…, quien, por cierto, no es el centro magnético de la galería: ése es Caeiro. “Caeiro es el sol y en torno suyo giran Reis, Campos y el mismo Pessoa”, dice Octavio Paz. Sin la adquisición de una voz propia, no hay escritor, eso lo saben todos, ¡ahora concibamos, dentro de un solo cosmos mental, cuatro, veinte, ciento treinta y seis voces! Y ese inverosímil surtidor surgió de un tímido que apenas publicó unos cuadernillos en vida… Así es: la obra de Pessoa se iría publicando post-mortem a lo largo de los años, y aún, dicen, quedan inéditos. “Soy postizo”, dice en su extraordinario Libro del desasosiego, que, anotemos, firma un tal Bernardo Soares. Y “postizo” significa agregado, sobrepuesto, “que no es natural ni propio”. Maravilloso artificio, casi escandalosa desapropiación, Pessoa es una constelación que hoy sigue brillando en el cielo de la literatura.