La desaparición de Agatha Christie

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Creí que la anécdota de la desaparición de Saul Bellow, en sus últimos días, cuando padecía Alzheimer y no sólo se salió del radar durante unas horas sino que tomó un taxi y se subió a un avión, no podía ser superada por ninguna otra anécdota de súbito y misterioso mutis entre quienes han perdido, por equis razón, la memoria, hasta que ayer, leyendo un artículo sobre los misterios de la conciencia y nuestra capacidad retentiva, me topé con la famosa desaparición de Agatha Christie, de la que no sabía nada.

Sucedió a finales de 1926, poco después de que falleciera la madre de la famosa novelista y de que su esposo, Archibald Christie, Archie, comenzara una relación con Nancy Neele, amiga de la familia, y le pidiera el divorcio. Una noche, discutieron sobre los planes de Archie de pasar el fin de semana sin ella. Él se fue, y la autora de The Mysterious Affair at Styles (novela en la que figura por primera vez Hercule Poirot) acostó a su hija Rosalind, la dejó encargada con el personal de servicio, se subió a su coche y desapareció.

El auto apareció al día siguiente, sin ella, con señales de que había chocado y ubicado peligrosamente en el borde de una cantera de caliza. Se temió que tal vez ella hubiera decidido ahogarse en un famoso lago cercano llamado Silent Pool. Corrió también el rumor de que Archie la había asesinado, y otro rumor: ella estaba escondida para incriminar a su esposo de su asesinato. La situación comenzaba a parecerse, sí, a una novela de Agatha Christie, y tanto, que también se sospechó que todo fuera un ardid publicitario. Y publicidad tuvo: la desaparición de la novelista fue noticia rápidamente, encabezando los periódicos y desatando una búsqueda en la que participaron más de mil policías, quince mil voluntarios y “varios aeroplanos”, según reportes de la época. Es sabido que sir Arthur Conan Doyle le dio a una médium famosa un guante de la novelista para que la encontrara. Pero pasaron diez días más sin que se supiera nada de ella. Al onceavo día, el 14 de diciembre, apareció.

Agatha Christie se había registrado en el Swan Hydropathic Hotel, en Yorkshire, a 300 kilómetros de su casa en Sunningdale, y lo había hecho bajo el nombre de Tressa Neele, apellido de la amante de Archie. No se supo más, salvo lo que la propia autora dijo en una única entrevista (en su autobiografía no se menciona la desaparición): que había manejado toda la noche hasta chocar, golpearse la cabeza con el volante y perder la memoria. Me gusta pensar que, en ese estado de fuga, la gran tejedora de misterios aparentemente irresolubles se acomodó en un hotel a seguir las noticias de su propia desaparición. ¿La realidad superando a la ficción o ajustándose deliberadamente para alimentarla? Jamás lo sabremos. Agatha Christie vivió muchos años más, se divorció y es hoy un fenómeno de ventas sin igual. Uno de sus últimos libros, por cierto, se titula Los elefantes pueden recordar y se centra en una famosa novelista investigando un caso cerrado años antes, y cuyos detalles son recordados por testigos con muy buena memoria… El misterio de la memoria y la memoria del misterio de una célebre desaparición. Y esa anécdota no creo que la supere nada.