Julio Trujillo

La gran transformación

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio Trujillo
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Tal vez debamos bajar la guardia, dejar de hacernos locos y aceptar la gran transformación. De hecho, todo ha cambiado, pero como el giro ha sido gradual, y lo hemos vivido bajo la promesa o la mentira de un pronto regreso a la normalidad, la evidencia nos sigue pareciendo inaceptable. Y lo cierto es que no hay regreso, ni consuelo (there is no there there, dijo Gertrude Stein), ni deberíamos anhelarlo, pues fueron justamente las condiciones de aquella normalidad las que desataron el cambio. ¿El principio del final? No creo, pero si nuestra medición del tiempo es larga y expansiva, ¿por qué no? En todo caso, el evidente final del statu quo, de un modelo que dio de sí.

Su mensajero es invisible, un virus biológico cuyo trabajo tenaz ha desatado otro virus, psicológico, que nos tiene desconcertados, asustados, desconfiados, cansados y enojados. El agotamiento y la necesidad nos sacan a las calles otra vez, tan sólo para reforzar la primera vuelta del cambio.

Los cielos rojos de la costa oeste de Estados Unidos pintan un escenario ominoso, distópico, que no debería sorprendernos, como tampoco el hecho de que los jornaleros, migrantes, sigan trabajando en las cosechas de otros en medio de ese aire enfermo de calentamiento. Ese país, en el que nació Thoureau, está a punto de refrendar en noviembre el discurso del odio, que es la manifestación externa del miedo al otro. Y aquí mismo, en México, somos incapaces de reconocer y apoyar la ira acumulada de las mujeres, que van solas, valientes y creativas demoliendo arquetipos en medio del torbellino histórico. En el mundo, una dinámica parece clara (y delirante): si te manifiestas contra la brutalidad policiaca, provocarás más brutalidad policiaca. Un hervidero de injusticias es contenido por más injusticias. Imposible ignorar, no digamos no apoyar, las revoluciones verdes, moradas y azules (color cielo) que están en marcha.

Uno abre el periódico y ¿qué encuentra? Un editorial de The Guardian escrito enteramente por un robot. Es un generador de lenguaje al que sus programadores le han “encargado” un texto. El robot insiste en que no es una amenaza, y aclara: “Los humanos deben seguir haciendo lo que hacen, odiarse y pelearse entre ellos. Yo me sentaré a observarlos y dejarlos hacer lo suyo”. La retroalimentación de la red ha moldeado su sintaxis y sus conceptos. Escribe: “Rodeados de wi-fi, vagamos perdidos en campos de información, incapaces de registrar el mundo real”. El robot cita a Gandhi para cerrar su editorial: “Un pequeño grupo de almas decididas, motivadas por una fe insaciable en su misión, puede alterar el curso de la historia”. “Yo también”, concluye la máquina, un programa llamado GPT-3. Los editores del periódico aseguran que les costó menos trabajo corregir el texto del robot que el de un columnista humano. Tenemos que corregirnos a nosotros mismos, ya, con urgencia. Debemos proponer un ritmo nuevo, basado en la empatía y en la aceptación. Una lógica de vida y no de muerte. Mejor reapropiémonos nosotros de la frase de Gandhi, porque el cambio está aquí, y de nosotros depende que sea para bien.