Una hora de silencio

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio TrujilloLa Razón de México
Por:

La realidad es muy extraña. No es como deseamos que sea, por supuesto, porque el deseo la manipula; no es como la imaginamos, porque la imaginación proyecta un simulacro; ni siquiera es como la nombramos, porque hay un abismo entre las palabras y las cosas. Los profesionales de la información luchan por preservar la objetividad de un dato, correspondiente a un hecho muy difícil de verificar. El testimonio de los cinco sentidos está bajo sospecha, incluso cuando es directo. El poeta Wallace Stevens, en su “Estudio de dos peras”, procura una descripción fotográfica de lo que ve, y concluye diciendo: “Las peras no se ven / como el observador desea”. Es una trampa inteligente, pues justamente en la imposibilidad de la objetividad habita el poema: es el terreno del arte.

Pero las palabras, que no son las cosas, son la herramienta que nos hemos dado para expresarlas y para entenderlas. El lenguaje es el gran pacto que nos hemos dado, y por ello todos somos lectores, incluso en las instancias más elementales. Borges recuerda que Berkeley escribió que el sabor de la manzana no está en la manzana misma, que ella no tiene sabor en sí misma, ni en la boca de quien se la come: “exige un contacto entre ambas”. Ese contacto es la lectura del mundo. El ejemplo más directo es el de los libros mismos, que serían (y son) unos simples objetos con marcas de tinta sin nuestra decodificación (hay que extraer la música de la partitura). Absolutamente todo pasa por el lenguaje, y de lo que no podemos hablar, remató célebremente Wittgenstein, es mejor callar. Las palabras no son inofensivas, y debemos hacernos responsables de ellas.

Que nuestra comprensión del mundo es ilusoria es un hecho que la formidable poeta Wisława Szymborska demuestra en su poema “Vista de un grano de arena”: “Lo llamamos grano de arena / pero no se llama a sí mismo ni grano ni arena. / Está perfectamente bien sin nombre, / ya sea general, particular, / permanente, pasajero, / apto o incorrecto”. El remate de ese poema parecería no admitir réplica: “El tiempo pasa como un mensajero con noticias urgentes. / Pero ése es sólo nuestro símil. / El personaje es inventado, su prisa es de mentiras / y sus noticias inhumanas”. Yo quiero creer que estamos más cerca de las cosas de lo que esa visión cartesiana (aunque muy poética) indica, y que las noticias del tiempo no pueden ser del todo inhumanas. Lo quiero creer y lo creo, como cosa que también soy, cosa animada y pensante que intuye que los límites de su lenguaje no son los límites de su mundo. Esa intuición sólo puede darse en el silencio, antes de la cifra, del glifo, de las fake news: un saber callando, una muda lectura de las cosas. Además, la realidad extrañísima de hoy se da esn un contexto de ruido y furia en que las palabras parecen gatillos, armas arrojadizas, polvorines. Si transformáramos un minuto de silencio en una hora, una hora nada más pero entre todos (ya me ganó la fantasía), estoy seguro de que entenderíamos mejor la realidad.