La lección del 2020

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio TrujilloLa Razón de México
Por:

Si podemos decir “esto es lo peor”, entonces no lo es. Tal idea contundente es de Shakespeare, y podríamos interpretarla como una visión pesimista de la condición humana.

Al mismo tiempo, dicha garantía de que no estamos atravesando “lo peor” puede leerse bajo una luz, si no optimista, sí realista, y como una invitación a sacar el mejor provecho de la situación que nos ha tocado vivir, ya que podría ser incluso más oscura. El año que se acaba es la coyuntura perfecta para abismarnos en el “peorismo”, y con rotundos argumentos, pero también para cosechar algunas lecciones que la pandemia sin duda trajo consigo.

Nuestra relación con el tiempo, con el cuerpo, con nuestras posesiones y, evidentemente, con los demás, ha ido cambiado de manera importante a lo largo de este año que termina. Al ser detenida nuestra movilidad casi en seco, el tiempo se hizo elástico y en apariencia más duradero, más espeso, y quienes siempre hemos pedido más de él, más tiempo, lo tuvimos a manos llenas. La oficina en casa reconfiguró, para algunos, la administración de su día, e hizo evidente el valor de los minutos, a los que se solía desdeñar como morralla temporal (pero los minutos hacen horas, y las horas días). El tiempo es quizá el mayor de todos los patrimonios, pero solemos olvidarlo, distraernos, dejarlo pasar… La pandemia puso, quiero creer, al tiempo en primer plano, donde siempre debe estar. De igual manera, el cuerpo y su contacto con el mundo adquirió una relevancia inédita. Para naturalezas cefalópodas como la mía, que lo toco todo, no ha sido fácil reprimirme, pero también se ha agudizado mi conciencia epidérmica y el sentido del tacto como un bien delicadísimo, digno de una atención plena y sin derroche posible. El cuerpo no puede no ser una frontera, pero mis sentidos me ayudan a no estar completamente confinado en mí. ¿Las cosas?: oxidándose en su irrelevancia, unas, y brillando por su verdadera utilidad, otras. Estos meses han hecho evidente nuestra caprichosa acumulación de nimiedades. Y el otro, la otra, los otros, nuestros semejantes, en una pantalla, en una camilla o a nuestro lado, son presencias que jamás debemos interpretar como un hecho gratuito, garantizado, sino como una existencia fugaz que nos acompaña, que coincide con nosotros en toda su espléndida humanidad.

Ha sido un año infausto, con 1.7 millones de muertos a causa de la pandemia. No puede ser, también, un año del que no aprendamos nada, un año que no nos haya transformado, aleccionado. Ojalá que esta terrible plaga traiga consigo, también, una vacuna contra la ignorancia, es decir una inyección de conciencia, una ergonomía del arte de vivir. Que todo pueda empeorar significa que todo puede mejorar, que podemos adaptarnos a la coyuntura e incluso salir fortalecidos. No podemos negar que el año 2020 nos tiró a la lona, ¿vamos a ponernos de pie, con determinación y menos ignorantes, antes de que la cuenta llegue a diez, o a permanecer tirados y noqueados después del golpe? Cada quien elige su reacción, y la suma de reacciones nos define como especie. Si la vida es una especie de koan, el 2020 es el maestro que nos abofeteó. ¿Qué vamos a hacer al respecto?