¡Zenón, cruel Zenón!

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Por qué, a pesar del título de esta columna, nos cae bien Zenón de Elea? Por dos razones: porque se enfrentó con valentía al tirano Nearco cuando éste tenía sometida a la ciudad de Elea (en Italia, cerca de Salerno) y porque inventó el pensamiento paradójico, al grado de decir que una flecha en el aire en realidad está en reposo. 

Su acto de valentía, de hecho, lo llevó a la muerte. Es el siglo V a. C. y Zenón, al promover la destitución del tirano que somete a su ciudad, es apresado. Cuando Nearco le pregunta al filósofo quiénes son los otros conjurados, éste responde que son todos los amigos del tirano (para condenarlo a la soledad y a la suspicacia). Acto seguido, le dice al tirano que se acerque, para decirle al oído más información, y cuando Nearco se acerca, Zenón le muerde la oreja y no se la suelta hasta que es abatido a estocadas. Otra versión dice que fue la nariz lo que le mordió. Una versión más, a cargo de Antístenes, dice que cuando el tirano le preguntó quién más era culpable, Zenón respondió: “Tú, oh destrucción de esta ciudad”. Hay más versiones: en una, el filósofo se corta la propia lengua con los dientes y se la escupe al tirano, y en otra, la más cruenta, Zenón es metido en un mortero donde es machacado. Diógenes Laercio, al contar esta última ejecución ordenada por Nearco, nos regala dos versos dirigidos con admiración a Zenón: “Pero qué es lo que digo, / no te machacó a ti sino a tu cuerpo”. 

Zenón fue alumno de Parménides, con quien fue a Atenas y conoció a Sócrates. Se dice que fue inventor de la dialéctica o, más específicamente, del razonamiento paradójico. Aristóteles afirmó que sus razonamientos producían dolor de cabeza a quien intentara resolverlos. Zenón “confutaba las confutaciones”, es decir que, más que imponer sus tesis, reducía al absurdo las tesis de sus adversarios. Famosamente, Zenón se dedicó a demostrar la inconsistencia de la noción de movimiento con paradojas hoy archiconocidas, como la de Aquiles y la tortuga, en la que aquél nunca podrá alcanzar a ésta si la tortuga inicia con ventaja, pues la distancia que los separa es infinitamente divisible. También tenemos la paradoja de la flecha, que postula que para que la flecha llegue a su destino primero debe recorrer la mitad de la distancia, y antes de esa mitad, la mitad de la mitad, y antes la mitad de la mitad de la mitad… concluyendo que, en realidad, la flecha no se mueve. Esto llevó a Valéry a decir en su gran poema “El cementerio marino”:

¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!

Me has traspasado con la flecha alada

que vibra y vuela pero nunca vuela.

Se cuenta que Antístenes, con dolor de cabeza ante las paradojas de Zenón contra el movimiento, sencillamente se paró y se puso a dar pasos, acuñando la frase: “El movimiento se demuestra andando”. Ante esa evidencia aplastante, nuestro querido Zenón dijo que Antístenes había mostrado el movimiento, pero que no lo había demostrado. Es mucho más fácil hacer que explicar.

Por eso nos cae bien Zenón de Elea.