Julio Vaqueiro

Nueva York

RÍO BRAVO

Julio Vaqueiro *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Vaqueiro 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Aquí terminamos la gira. No podía ser de otra manera. Si nuestro plan era recorrer las principales ciudades de Estados Unidos en las que los latinos hacemos la diferencia, Nueva York tenía que ser la última parada.

Ésta es la ciudad de las posibilidades infinitas. La cantidad de gente que vive aquí, el número de alternativas que ofrece en cada esquina, la mezcla de todo eso y algo más, hace que éste sea el lugar en el que todos sueñan con triunfar.

Gracias a las películas, las series de televisión y las canciones de Frank Sinatra, crecimos pensando que la realidad estaba únicamente en Estados Unidos. Lo del resto del mundo era sólo una copia de aquel soft power gringo con el que crecimos. Y uno se da cuenta de eso cuando viaja a Nueva York: todo resulta extrañamente familiar.

Ya hay en el mundo otras ciudades con perfiles de rascacielos tan impresionantes como los de Mannhattan, pero ninguna tiene el alma que tiene Nueva York. La historia de esta ciudad, lo que significa para el mundo y las transformaciones que ha vivido esta urbe.

En 1987, Tom Wolfe publicó su novela La Hoguera de las Vanidades. En ella, el escritor pintó a la ciudad con la avaricia y la soberbia que abundaban en el Estados Unidos de los años 80. Muchos describieron la obra como dickensiana, pues era una crítica a la vida neoyorquina del siglo XX, como las que hizo Charles Dickens de Londres en el siglo XIX. En los 80, Mannhattan era el símbolo de la riqueza ostentosa, y el Bronx era considerado una zona de guerra infernal. La ciudad como el territorio del contraste: la belleza y el lujo, la pobreza y la fealdad.

Hoy, Nueva York es algo más que sólo ese choque de dos mundos. En Estados Unidos este lugar ilustró el impacto del coronavirus en todo el país, sobre todo al inicio de la pandemia. Una ciudad tan potente y vigorosa por su densidad, su vida en comunidad y sus calles repletas de gente, vulnerable frente al virus, precisamente por los mismos motivos.

Ahora, 20 meses después, me encontré con una metrópolis en franca recuperación. Con sus problemas de siempre, desde luego, como todas las grandes ciudades del mundo, pero viva. Los restaurantes llenos, Broadway trabajando, personas en las plazas, en los parques, en la banqueta.

En ese contexto, Nueva York fue a las urnas esta semana y eligió a un nuevo alcalde. Lo entrevisté un día después de su victoria. Su nombre es Eric Adams, era capitán de la policía, después encabezó el distrito de Brooklyn y ahora se convertirá en el segundo alcalde afroamericano en la historia de la ciudad.

“¿Qué dice esto de su ciudad?”, le pregunté.

“Esto sólo dice que Nueva York está dispuesta a fijarse en las cualidades de los aspirantes, sin importar el color de piel”, me respondió. “Dice que Nueva York quiere a los más calificados en el poder. Y creo que debemos seguir impulsando a todas las minorías en este sentido. También a la comunidad hispanohablante, para que todos estemos representados en este nuevo gobierno.”

Por lo pronto, esta ciudad ha dado oportunidad a tantos inmigrantes, que todos los idiomas se escuchan por sus calles y su leyenda seguirá viva como la ciudad de todos.