Tomarse en serio la democracia directa

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Cuando se habla de los ejercicios de democracia directa como forma de gobierno real, a nuestros ojos democráticos adolescentes parece deslumbrarlos la idea de una revocación de mandato o una consulta popular sobre una pregunta sin consecuencias legales. Pero una simple mirada fuera de nuestras fronteras es suficiente para mostrarnos la distancia con otras latitudes, en donde sí se toman en serio las premisas que inspiran estos mecanismos y no dan lugar a contrasentidos, como políticos que llamen a la revocación de sí mismos.

La idea fundamental de la democracia directa no está en la celebración de elecciones para glorificar a un líder o un movimiento, sino en la posibilidad de que los ciudadanos se involucren directamente en los asuntos públicos y realmente puedan formar parte de la solución a problemas que los afectan a ellos o a su comunidad.

No llamamos un ejercicio de democracia directa al referéndum constitucional que Napoleón Bonaparte llevó a cabo en 1804, en donde supuestamente 99.93% de los franceses decidió gustoso aprobar el cambio de título de Napoleón para pasar de primer cónsul a emperador y darle poder absoluto, por ejemplo. Pero sí estamos ante ejercicios de democracia directa cuando hablamos de cualquiera de los referéndums que los suizos realizan regularmente desde 1798, en donde esa tradición es tan intensa que en los menos de 4 meses que van de 2022 los suizos ya han sometido a referéndum 4 asuntos, y en 2021 resolvieron 13 asuntos por referéndum en 4 votaciones a lo largo del año.

La diferencia sustantiva entre ambos instrumentos está en la posibilidad real de que los ciudadanos participen en la discusión y solución de los problemas que los afectan o interesan de manera directa. La democracia directa es una forma de gobierno que implica un gran compromiso con la pluralidad, el respeto a la legalidad y la apertura al constante cuestionamiento ciudadano, pues sin cuidado sus mecanismos pueden viciarse para dar pie a una estrategia para aplastar a las minorías. Echar un vistazo a cuándo se celebran ejercicios de democracia directa en Suiza es revelador.

A nivel federal en Suiza hay 3 escenarios: primero, están los referéndums obligatorios, en los que todas y cada una de las modificaciones a la Constitución deben someterse a votación entre los ciudadanos. Luego están los referéndums opcionales, en los que cualquier cambio legal puede someterse a consulta si al menos 50 mil ciudadanos (0.5% de los electores) firman una petición, por lo que la ley sólo puede entrar en vigor si se aprueba en referéndum. Finalmente, están las iniciativas populares en las que bastan 100 mil firmas ciudadanas para que un tema tenga que ser consultado y, en caso de ser aprobado, se implemente.

Todos los temas están siempre sujetos a cuestionamiento, por lo que los gobiernos tienen que acostumbrarse a debatir con los ciudadanos siempre que se toque algún punto controversial y hasta a implementar políticas que no les gusten, pero respaldadas por los ejercicios democráticos. Si no se apunta hacia abrir canales que realmente permitan a los ciudadanos influir y hasta revertir más decisiones públicas sin tener que esperar al cambio de gobierno o la revocación de mandato, entonces no se habla en serio de mecanismos de democracia directa.