No tomarse en serio al dictador

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Meses antes de que se desatara la brutal invasión rusa a Ucrania hubo evidencias incontrovertibles que indicaban que Vladimir Putin lanzaría una guerra total contra su vecino, pero no fueron escuchadas o tomadas en serio porque muy pocos quisieron creer que eso era posible. Entre las múltiples lecciones que tendremos que aprender de la guerra en Ucrania, una de las más importantes será la de tomarse en serio cuando un país ha caído en una espiral autoritaria y las consecuencias del poder absoluto en manos de una persona.

Las evidencias en cuestión fueron una serie de reportes de inteligencia que diversas agencias de Estados Unidos habían recolectado, principalmente derivados de análisis de imágenes satelitales, en los que fue obvia la movilización de casi 200 mil soldados rusos a las fronteras con Ucrania, así como la preparación de la infraestructura necesaria para una invasión total. Esta información fue presentada directamente a Biden en octubre de 2021, quien coincidió con las conclusiones de sus funcionarios e inició una campaña para convencer a sus aliados de la inminencia de la invasión rusa, así como un intento para disuadir a Putin de continuar con sus intenciones. Biden fracasó, pues ni sus aliados creyeron que una guerra total sería posible ni Putin se detuvo.

Sin embargo, el gobierno estadounidense estaba convencido de sus conclusiones y aceleró la cooperación con el gobierno de Ucrania para poder prepararse ante una inminente invasión. Los aliados, eventualmente, se convencieron de la enorme posibilidad de que Rusia se lanzaría al vacío tratando de aniquilar a su vecino, pero no fue sino hasta el fatídico 24 de febrero que muchos cayeron en cuenta de que la amenaza rusa era una realidad.

Resulta interesante que el propio Vladimir Putin había revelado sus intenciones mucho antes, pues desde 2008 existe el registro de lo desconcertante que fue cuando le dijo directamente al presidente Bush: “Tienes que entender, George, que Ucrania ni siquiera es un país”. Ese mismo año, el ejército de Putin invadió a su vecino Georgia, reconoció la supuesta independencia de las regiones de Osetia del Sur y Abjasia y las colocó bajo su poder. Tiempo después, en 2014 realizó una operación semejante en la península de Crimea, que arrebató ilegalmente a Ucrania después de una invasión relámpago. A pesar de ello, la comunidad internacional continuó permitiendo esos avances graduales del régimen ruso, garantizándole impunidad y mostrándole un camino que podría seguir avanzando sin mucha resistencia.

En el fondo de esta permisividad había una cierta ingenuidad en la que el régimen de Putin era visto más como una curiosidad exótica que como una amenaza real a la estabilidad global. Obama, por ejemplo, fue muy claro en señalar que Rusia sólo era una pequeña potencia regional. La situación política interna de Rusia también era vista bajo esta perspectiva, pues en lugar de tomar en serio la recreación de un régimen autoritario militarista cuya retórica preparaba el terreno para una confrontación total con sus vecinos, se siguió viendo como una especie de transición democrática fallida con la que se podía seguir negociando. Las señales de peligros autoritarios no pueden descartarse como si por vivir en el siglo XXI las cosas fueran diferentes a épocas pasadas. Ojalá aprendamos la lección.