Martín Alomo

Las adicciones tóxicas

COLUMNA INVITADA

Martín Alomo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Martín Alomo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Un nuevo libro de Héctor López es siempre una grata noticia para quienes nos dedicamos a la investigación sobre temas vinculados a la clínica psicoanalítica, ya sea en el ámbito académico como en otros espacios ligados a la práctica, al estudio de la teoría y a la formación de analistas.

En este caso, Las adicciones tóxicas. Clínica de los recursos del sujeto, cuya primera edición acaba de ver la luz desde las prensas de EUDEM, nos introduce rápidamente en desarrollos que ya conocíamos del autor, consignados en su primer libro sobre el tema, Las adicciones. Sus fundamentos clínicos (2003). Luego, advertimos que el método de investigación “en espiral” dialéctica ya puesto en práctica en Lo fundamental de Heidegger en Lacan, por ejemplo, ilumina pliegues y matices novedosos desde el inicio y nos introduce en terrenos inexplorados hasta la publicación de esta obra.

En la amplia revisión sobre aspectos culturales e históricos vinculados a las adicciones, obras como las de Thomas de Quincey, Charles Baudelaire, Aldous Huxley, Sandor Rado, Henri Michaux, Jean-Luc Nancy y Sylvie Le Poulichet entre muchas otras sirven al autor como apoyos firmes que aportan referencias fundamentales.

En este marco, reencontramos el hallazgo de un mecanismo de defensa específico para las adicciones: la cancelación, aquel término utilizado con precisión por Freud referido al dolor, diferenciado del término “supresión” utilizado en “Sobre la coca” referido a la deprivación de la sustancia, tal como precisa el autor (p. 46). Digo “reencontramos” porque se trata de un planteo de gran relevancia clínica y original de Héctor López expuesto previamente en Las adicciones. Sus fundamentos clínicos (2003) y reformulado ahora en Las adicciones tóxicas, en el capítulo correspondiente a la revisión freudiana de los fundamentos conceptuales del dolor psíquico (pp. 45-66).

Esta precisión teórica que brinda un aporte inestimable para la clínica, aparece nuevamente en este volumen puesto ahora en conversación con nuevos y potentes desarrollos que, sin duda, constituirán la base de múltiples investigaciones por venir, ya que cada uno de ellos representa lineamientos y guías orientativas para clínicos, investigadores y tesistas respecto de los cuales formular preguntas y plantear problemas de investigación novedosos siempre referidos a la clínica. 

Las drogas en la farmacia de Platón

“Las drogas en la farmacia de Platón” es el título de uno de los capítulos del libro (pp. 143-158) que bien podría llamarse “El psicoanálisis en la farmacia de Derrida”, “La cura por la palabra en los tiempos de Antifón” o “La sofística envenenada” y no porque el título elegido por el autor no sea la mejor opción. Paso a explicarme.

En el capítulo mencionado, partiendo de la observación de que una droga también puede ser un veneno, una poción encantada, un tóxico psicoactivo con efectos terapéuticos pero también adversos, sirviéndose provechosamente de elaboraciones presentadas por Jacques Derrida en La diseminación, Héctor López recala en los diálogos platónicos revisados por el autor francés a propósito de la noción de fármakon. El Fedro en primer lugar, por supuesto. Allí, el joven oculta bajo la manga de su túnica un señuelo que incita a un Sócrates encantado hasta las afueras de la polis. La añagaza no es otra cosa que un manuscrito, logos. Este punto observado agudamente por Héctor López es una de las puertas de entrada que el libro nos ofrece para ingresar en el proteico camino de los tratamientos del sujeto, expresión que dialoga con el subtítulo del libro.

Según desarrolla el autor, el sujeto trata su dolor de diversos modos. El hecho de que el logos también pueda ser un fármakon introduce la idea que encontramos desarrollada en el extraordinario capítulo “La redención de los adictos por la religión” (pp. 159-172): ante el tratamiento que el propio adicto hace de su dolor por medio del tóxico-Dios, la producción de una nueva dependencia -ahora relativa al Dios del discurso religioso- opera por medio de un desplazamiento significante (p. 159).

La droga que alivia las penas pero también intoxica y mata, fármakon de pura cepa en el sentido platónico -impuro en su polisemia tramposa, a fin de cuentas palabra- a la luz del aislamiento conceptual del mecanismo de la cancelación del dolor como defensa específica del sujeto adicto, equivoca finalmente con el logos. Que el exterior de un discurso señale simplemente que allí hay discurso, más allá de su relación con la verdad del sujeto -implicada en los significantes tocados por un peso de goce extraído de las marcas de lalengua que ellos portan-, alcanza para que esa nueva configuración discursiva funcione ahora como fármakon sustitutivo.

Por eso decía que también es posible pensar el capítulo en cuestión como “Una sofística envenenada”, toda vez que las prácticas de un Gorgias o un Protágoras, desligadas de la verdad del sujeto -en esto sofística y filosofía se parecen- igualmente se caracterizan por ser embriagantes, tóxicas. Las palabras-fármakon, como tales, sirven también para curar o para envenenar.

Como ejemplo, Antifón, quien acaso fuera el primer psicoanalista de la historia aunque inadvertido de tal condición, nos pone en la pista de los tratamientos del sujeto por medio de la farmacia de la palabra. En “Vidas de diez oradores” leemos: “Antifón compuso además de poesía un arte de la despensa como la terapia que usan los médicos con los enfermos. Instaló en Corinto un consultorio (oikema ti) cerca del ágora y en la placa inscribió que podía curar a los que sufren nada más que con palabras (dialogon therapeuein) y que mediante la toma de conciencia de las causas reconfortaría a los abrumados exhortándolos con la palabra” (Plutarco).

Si el fármaco-droga psicoactiva es necesario para tramitar, o bien para obturar todo trámite posible, en definitiva, para que el sujeto pueda realizar sus autotratamientos a favor o en contra de la vía simbólica opuesta al circuito breve de la intoxicación, entonces es lícito pensar, como propone Héctor López en Las adicciones tóxicas, que toda aproximación inocente al problema, es decir: cualquier abordaje que no tenga en cuenta el goce del sujeto anudado a la verdad solo capaz de medio decirse a condición de que alguien la escuche, de antemano está condenada al fracaso. 

El superyó materno y el estrago de las drogas

Dejo para el final un capítulo que merece una mención aparte por su potencia teórico-clínica y por las consecuencias que implica, no solo para la conducción de tratamientos con sujetos adictos, sino para la actualización de la teoría psicoanalítica. Me refiero a “El superyó materno y el estrago de las drogas” (pp. 81-98).

En el capítulo mencionado, Héctor López revisa e historiza la noción de superyó materno, planteando nuevamente viejos problemas que, con su reformulación, actualizan las encrucijadas teóricas y clínicas que dinamizan. Al cabo de un recorrido por el “sentimiento oceánico” criticado por Freud, pasando por las reflexiones del joven Lacan sobre los complejos familiares, hasta el “superyó temprano” de Melanie Klein y la recepción porteña del asunto por parte de Oscar Masotta, Héctor López concluye que el superyó materno constituye “la novedad de un concepto aún no tenido en cuenta en la comprensión de las toxicomanías y muy poco en la práctica clínica de esta y otras patologías regresivas y compulsivas” (p. 90).

Con estilo sólido de investigador avezado, Héctor López pone en acto el desiderátum que escribe Heidegger en Identidad y diferencia (1957): “Cuando nuestra meditación se vuelve hacia lo ya pensado, sólo entonces está al servicio de lo que aún resta por pensar”.

Junto a El psicoanálisis, un discurso en movimiento, los dos volúmenes de La ‘instancia’ de Lacan y los ya mencionados y varias veces reeditados Lo fundamental de Heidegger en Lacan y Las adicciones. Sus fundamentos clínicos, esta nueva obra de Héctor López, Las adicciones tóxicas. Clínica de los recursos del sujeto potencia aún más la fuente inagotable nutrida por los resultados de sus investigaciones psicoanalíticas. Quien aún no haya abrevado de ella desaprovecha un tesoro que el autor pone a nuestra disposición.

Para quienes nos dedicamos a la práctica clínica y a la investigación en psicoanálisis, la publicación de Las adicciones tóxicas. Clínica de los recursos del sujeto vuelve obligatorias al menos tres cosas. En primer lugar leer, releer y subrayar sus páginas para estudiar los hallazgos novedosos relativos a la participación del superyó materno en las adicciones, novedad apenas presentada en esta breve reseña. Luego, citar esta obra cada vez que se escriba sobre el tema, ya que constituye una referencia ineludible. Por último, agradecerle al autor su rigurosidad, seriedad y compromiso con la producción científica y académica de excelencia sostenida durante años. 

* Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).