Martín Alomo

El falso dilema del prócer y el hombre mediocre

COLUMNA INVITADA

Martín Alomo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Martín Alomo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Querámoslo o no, nuestra existencia, al fin y al cabo, dejará como resultado un legado para los otros, quienes se arrogarán el derecho de tomarlo o dejarlo, de atenderlo o ignorarlo. Una herencia, un conjunto de significaciones, de sentidos, de palabras más o menos vinculadas a la idea de lo que fue nuestra vida. Esta idea de legado puede ser un tanto perturbadora, ya que nos obliga a pensar un futuro en el que estén los otros presentes y nosotros en ausencia física. Como había señalado también en “La vida después de la vida” hace unas semanas, en este mismo diario, la escena póstuma facilita estas coordenadas de pensamiento. Sin embargo, ahora mismo, usted, yo, todos estamos haciendo sentir nuestra presencia y nuestra ausencia en distintos lugares, y no me refiero sólo al detalle burdo de estar o no estar físicamente, sino a la diferencia que implica en el que alguien haga sentir su presencia. Como señalaba en aquel artículo de hace algunas semanas, uno está presente en la medida en que nuestra presencia evoca la ausencia que advendría si no estuviéramos, más allá de que estemos o no físicamente in situ. A continuación, quiero hablar de dos lugares comunes en lo que atañe a la idea del legado: el prócer y el hombre mediocre.

Como señalo en el título, se trata de un dilema, o esto o lo otro, cuando, como seguramente el lector ya habrá corregido, seguramente sería más apropiada la fórmula ni lo uno ni lo otro. Nos encontramos aquí en una de esas circunstancias en las que el ideal pone de manifiesto su dimensión de obstáculo: al bienestar, a la felicidad, a la posibilidad de hacer y de crecer.

Uno puede hacer su esfuerzo, pero nunca estará a la altura del ideal. El modelo, el legado, la herencia para mis hijos y para los que me sucedan no será nunca la de un pro-hombre, la de un héroe, la de un genio, entonces… por descarte, queda la otra valoración, denigratoria y peyorativa: estoy destinado a ser un hombre mediocre.

Sin embargo, el trabajo que cada quien pueda hacer sobre los elementos -enunciados, dichos, significantes, palabras, letras- de su vida simbólica, puede llegar a arrojar como resultado último de un análisis, a un ser fuera de serie. Cuando digo análisis me refiero un psicoanálisis, por ejemplo, porque es aún más profundo el alcance y más importantes las consecuencias cuando el análisis sucede en el contexto del vínculo con un analista.

Efectivamente, me interesa oponer aquí a la falsa dicotomía prócer - hombre común como legado que podría dejar una persona, el término de fuera de serie, que mencionaba a propósito del resultado del análisis. Un fuera de serie es alguien que no se adocena, que no adviene como resultado de un dos más dos ni de un cálculo matemático. Un fuera de serie es alguien que, de algún modo, por su saber hacer, o mejor aún, por su saber hacer con su no saber radical e irreductible, ha logrado poner en juego su originalidad: su rasgo específicamente subjetivo. Por lo tanto, opongo, como legado, la herencia de lo más de lo mismo, de la reproducción de lo que ya había, de lo que se supone que debe ser, al legado del fuera de serie.

Esto no es una excusa para blandos, flojos, vagos o cómodos, no es una coartada para no crecer. Me refiero a lo dificultoso de ser fueras de serie en un mundo en el que la fabricación en serie, automatizada, súper-numeraria, de calidad decreciente y, por todo ello, adocenada y berreta, domina la escena no sólo de la industria y el comercio, sino también de la producción de subjetividad. El sujeto del capitalismo, consumidor, tal como señalaba en mi columna anterior, a propósito de “Ver, mirar y espiar en las redes”, no es indiferente a las condiciones de producción de los objetos de consumo, ya que ello diseña y determina su lugar de consumido. Sin embargo, en el seno de lo que se puede anticipar, medir, replicar y fabricar en serie, sin embargo, un sujeto puede venir a poner su cuota de originalidad.

En el modo en que cada uno de nosotros tiene de inscribir la propia realidad, a partir del esquema de lectura que ajusta al intervenir sobre su vida -porque lo que hacemos se produce como efecto de nuestra operación de lectura- allí encontramos particularidades, o mejor aún, singularidades que quieren expresarse, es decir, que buscan al otro. Este rasgo específico de uno, desde el que parte el llamado al otro, constituye un poder subversivo contra el empuje a la homogeneización capitalista. Sé, me doy cuenta, que la utilización de estas palabras es muy fuerte en el contexto actual. Al decirlas, vinculo la reproducción del sistema hegemónico patriarcal con la reproducción de lo mismo, en el sentido de lo impersonal, la falta de originalidad y la falta de singularidad en lo que respecta a lo legítimamente subjetivo. Continuar la reproducción de lo mismo, con el correlativo aplastamiento de las singularidades implica una afirmación del patriarcado, una perpetuación del maltrato a lo que no responde a la norma falo-céntrica y, por último, un empuje globalizado hacia la polarización prócer - hombre mediocre, como dos alternativas únicas y extremas que podría llegar a dejar como legado una persona.

La aceptación de las diferencias, no solo de género y de orientación sexual, sino de relaciones diversas con la hétero-normatividad, con el falo-centrismo y con la noción de éxito, de logro y de potencia, abre las puertas de posibilidades nuevas y nos muestra un horizonte amplio para todas las personas.

Queda dicho, me parece, que no es necesario caer en el estereotipo difícilmente accesible del prócer, para poder dejar un legado óptimo a la descendencia, que no sea, por descarte, la mediocridad de haber sido uno más en un sentido peyorativo. La frustración y, finalmente, la impotencia a las que somete el ideal, por lo asintótico de su localización, cuando se está entrampado en el falso dilema que nos ocupa aquí, ofrece como salida alternativa la del hombre mediocre. Este escape falso, termina funcionando como coartada para la des-subjetivación de la responsabilidad o, lo que es lo mismo, para la evasión, que boicotea todo intento de superación personal e interrumpe el crecimiento, como una enfermedad gravísima.

* Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).