Martín Alomo

Likes robados: la cara repugnante del narcisismo

Columna invitada

Martín Alomo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Martín Alomo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En la cacería desesperada de likes, hay quienes tocan el bombo ante la menor oportunidad en un desembozado ejercicio auto-celebratorio de proclamar a voz en cuello que una/o es lo más grande que hay. Es por lo menos raro que este hecho se constate tan frecuentemente, incluso tratándose de personas que se dedican a profesiones y ocupan lugares de los cuales se esperaría que quienes se desempeñen en ellos hayan podido lidiar con su egolatría y mantener a raya su narcisismo.

Sin embargo, tocar el bombo así, como en una constante campaña publicitaria de sí mismo forma parte de eso que Paula Sibilia ha caracterizado como “el show del yo”. Por mi parte, junto a un equipo interdisciplinario de investigadoras/es en el área de la salud mental, llevamos adelante un estudio sobre los distintos tipos de usos de Facebook en la población general de Argentina, con una muestra de alcance nacional. En nuestra investigación tomamos como referencia los trabajos del sociólogo Erving Goffman, quien construyera el concepto de auto-presentación. Explicado de forma sencilla, se refiere a qué muestro y cómo me presento ante los demás de un modo que creo que va a resultar amable a los ojos del otro. Entonces, doy a ver lo que yo supongo que el otro quiere de mí para que me quiera y tal vez así pueda conseguir un like, un “me gusta”, un corazoncito aprobatorio.

“Caída en picada”, el episodio de la serie Black Mirror, muestra bien la degradación moral, la desintegración de los semblantes y la corrupción ética cuando cada detalle de la conducta se orienta hacia la obtención de un “me gusta”. La teleología del like, finalmente, consume los vínculos y los afectos como insumos necesarios para la construcción de un mundo cínico sobre la roca móvil de una tiranía de la mirada omnipresente. Una sociedad de control -en el sentido deleuziano- corporeizada en cada usuario de las redes y operacionalizada por medio del don o la negativa de likes.

Likes robados en los jardines del otro

Un supuesto homenaje a otra persona, incluso fúnebre; un acontecimiento de gestión colectiva; una reunión de trabajo; un acto escolar; etc. Cualquier oportunidad puede devenir escenario para los ávidos de gratificaciones personales siempre al acecho. El Kairós, aquella versión griega del tiempo referida a la ocasión, al designio de los dioses antes que a los caprichos individuales, desfallece debido al forzamiento recurrente ejercido sobre cualquier momento para transformarlo obstinadamente en caja de resonancia para aplausos instigados: likes robados en los jardines del otro.

A veces, esos otros esquilmados son hijas o hijos. Es muy difícil para un hijo o una hija hacerse un espacio entre las plumas reales cuando los pavos son los padres. Además, en el mejor de los casos, suele resultar aburrido ser siempre claque, groupi o fan de progenitores necesitados de la fascinación filial para sostener sus desarreglos subjetivos.

Por otra parte, hay profesiones y cargos que, contrariamente a las aludidas anteriormente, demandan a los candidatos posiciones prácticamente megalómanas para poder sostenerse en funciones. Los cargos políticos vinculados al poder público, ciertos artistas performáticos -las prime donne y los rockstars, por ejemplo- y algunos mediáticos varios probablemente chapoteen cómodos en el estanque de Narciso.

Lo insoportable

Pegajoso, denso, meloso, patético, ocupando siempre la mayor cantidad de espacio posible: francamente insoportable. Así suele traducirse en las escenas compartidas el efecto de los narcisismos exagerados. Además, con la tendencia “natural” a ofrecer elipses circundantes de ellos mismos a los otros para que los “sateliten”, como las mariposas amarillas al Pietro Crespi de Cien años de soledad. He ahí el lugar que la práctica recalcitrante del narcisismo propicia para los otros: extras, esbirros, satélites, insectos pululantes.

En cuanto a las funciones de los acólitos satisfacer, atender y suplir todas las necesidades y caprichos del personajote es lo menos que se espera de ellos. La realeza está habituada a la lisonja presta y el socorro fiel o aleve de cortesanos siempre dispuestos para el favor oportuno.

Todo ello puede resultar pesado, principalmente cuando es inevitable el trato con una persona de estas características por la razón que fuere. Tal vez, el ejercicio de una demanda de atención constante sea lo más molesto. Me refiero a una demanda del tipo que los hijos pequeños dirigen a sus padres, incluso con llanto y berrinches, llamados de atención permanente y exigencias variopintas. Pero claro, a nuestros hijos los queremos y algunas veces hasta nos ponemos felices de que nos demanden para poder consentirlos un poco. Aunque también para ellos sea bueno que dejen de gozar de este subsidio de atención incondicional para poder crecer, por supuesto.

Sin embargo, como si se tratara de hijas e hijos perpetuos, siempre en posición de reclamar a mamá y a papá “miren qué alto me hamaco”, hay personas capaces de convertir cualquier conversación en su fiestita de cumpleaños, incluso en los contextos más variados. Difícilmente haya algo más importante que ellos mismos para quienes se glorifiquen de este modo. Me temo que en los tiempos que corren, en los que “el show del yo” se transmite en vivo y está disponible on line para quien quiera verlo, estas personalidades patéticamente egocéntricas se ven potenciadas por la época.

Mientras tanto hijas, hijos y subalternos varios deben seguir lidiando con lo asfixiante de tener que hacerse lugar a los codazos allí donde no hay tiempo ni espacio porque alguien ya ha decidido apropiarse de todo.