Montserrat Salomón

Las guerras que son “nuestras”

POLITICAL TRIAGE

Montserrat Salomón*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Hoy los titulares se centran en el desarrollo del conflicto armado entre Rusia y Ucrania. La guerra en Europa es un fenómeno que nos atrapa y que sentimos de alguna manera propio. Ya sea porque Europa nos es cercana ideológicamente o porque el interés mediático ha hecho del enfrentamiento un espectáculo que se transmite las 24 horas del día, la guerra en Ucrania está en nuestras mentes y corazones.

Sin embargo, ésta no es la única en el mundo. Yemen, Siria y Somalia son ejemplos actuales que no están en nuestro imaginario porque no las consideramos cercanas o importantes, porque no sabíamos que existían o porque simplemente llevan tantos años que han dejado de ser noticia en nuestro mundo de inmediatez.

Siria, por poner un ejemplo, fue un conflicto importante cuando, después de varios años de desarrollo, la ola de refugiados llegó a las costas europeas. Aunque el número no era tan imponente por su dispersión en comparación con lo que vemos hoy en Ucrania, la catástrofe humanitaria fue real y nos trajo escenas apocalípticas y desgarradoras, como la de aquel niño de playera roja ahogado yaciendo boca abajo en las costas turcas. Fue el punto más alto del dolor que llevó a Angela Merkel a exigir a los países miembros de la Unión Europea un acuerdo de acogida para los sirios, mismo que no se cumplió.

Destaco este punto porque uno de los países que se negó a recibir a refugiados sirios fue Polonia, la que hoy abre los brazos de par en par a los ucranianos. Una actitud muy distinta con sólo unos años de diferencia. ¿Qué es diferente ahora? ¿Acaso no son seres humanos del mismo valor y dignidad una madre siria y sus niños que una ucraniana? La respuesta que se ha dado es clara, contundente y dolorosa: ésa no era nuestra guerra, ésta sí lo es.

Tal vez podamos pensar que lo visto hoy en Europa tiene que ver con la velocidad con la que están huyendo los ucranianos de su país, gracias no sólo a la cercanía con sus vecinos sino a la gran infraestructura ferroviaria existente. El flujo es tal que no se ha podido poner un orden o limitante. Sin embargo, me temo que las razones van más allá de eso. La similitud en las identidades de los pueblos pesa, además de las alianzas políticas que hay detrás al ser Rusia un enemigo común de la región. Aún en los desastres humanitarios, hay colores, razas y fronteras.

No estoy en contra de la recepción de los refugiados ucranianos, al contrario. Me parece que es honrar los tratos internacionales que obligan a los países a proteger a los civiles desplazados provenientes de regiones en conflicto. Me perturba grandemente que este gesto esté condicionado a la raza, la religión o la alianza política de los gobernantes. La humanidad sigue estando adjetivada.