Montserrat Salomón

La tragedia latinoamericana

POLITICAL TRIAGE

Montserrat Salomón*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En estas fechas es común ver en televisión nutridos contingentes de fanáticos latinoamericanos apoyando a su selección, o a la que se les atraviese. Argentinos, brasileños, mexicanos, miles de personas gastaron una pequeña fortuna para ir a ver el futbol mientras que en sus respectivos países se vive una crisis inflacionaria y niveles de pobreza y desigualdad que rompen récords en el mundo.

Aunque en muchos casos los aficionados se hayan “endeudado” para irse de viaje, estamos hablando de una élite que tuvo acceso a ahorros y créditos que le permitieron pagar una fuerte suma de dinero. Claramente no estamos hablando del común denominador del latinoamericano, que vive al día y que se mantiene sumido en un precario equilibrio entre la subsistencia y el desastre.

En Latinoamérica hay dinero, pero distribuido de forma desigual. Vivimos en la región más desigual del mundo, en donde la pobreza se hereda de generación en generación ante una movilidad social casi inexistente. Según datos del Banco de Desarrollo de América Latina, sólo 12% de los hijos de padres con bajos estudios logrará culminar una carrera universitaria. La cuna marca el destino.

Las brechas entre las distintas clases sociales son prácticamente insalvables. Además, si uno pertenece a algún grupo vulnerable (mujeres, indígenas, afrodescendientes), la situación se vuelve aún más crítica puesto que las oportunidades de estudio y empleo se reducen ante la presencia descarada e impune de la discriminación. No es de extrañar que en estos escenarios prolifere el deseo de justicia y la movilización política hacia ideas de izquierda. Latinoamérica tiende aún a tener sociedades más bien conservadoras en cuanto a sus valores y costumbres; sin embargo, la pobreza exige justicia y abre la puerta a políticos que lucran con el hambre y la esperanza del pueblo. El que nada tiene no teme arriesgarlo todo apostando por un cambio revolucionario.

Así, Latinoamérica no ha roto el círculo vicioso entre la vulnerabilidad y el privilegio. Esta dinámica se ha acentuado y provoca encono y una gran división social. La única salida es buscar gobiernos, de cualquier signo político, que estén en contacto con la lacerante realidad de la desigualdad. Mientras el dinero, que vaya que lo hay, siga acumulado en las cúpulas por las dinámicas del privilegio y la corrupción, la región no podrá encontrar la paz necesaria para el progreso y la calidad de vida de sus habitantes.

Seguimos siendo una sociedad de castas, en donde nuestras redes de contactos —basadas en nuestro nacimiento— y nuestro color de piel determinan nuestro futuro. El esfuerzo, el mérito y el trabajo no significan progreso en una región en donde la esperanza ha sido sustituida por la violencia.