Las oposiciones

FRENTE AL VÉRTIGO

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Quizá sea juventud o quizá sea novedad, pero nunca había visto una confrontación entre distintos actores tan pública, notoria y evidente como ahora. La confrontación directa de López Obrador con los otros Poderes, los órganos constitucionales autónomos, los medios de comunicación, clases medias y universidades privadas, así como sus iniciativas en el Congreso para reformar al Poder Judicial y al Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral han derivado en la generación de distintas oposiciones.

Hoy, el Poder Judicial y especialmente muchos de los ministros de la SCJN no son, solamente, un contrapeso al Ejecutivo y al Legislativo, sino una oposición. El INE, antes de la llegada de Taddei, no sólo era el órgano administrativo encargado de la organización electoral, sino también una oposición. Una historia similar es la del Inai, la Cofece o el IFT. En una coyuntura en donde la 4T no tuvo la mayoría para hacer reformas Constitucionales y donde muchas de las leyes que se aprobaron eran anticonstitucionales por forma y fondo, el Poder Judicial, el INE y los Constitucionales autónomos se convirtieron, a ojos del régimen, en traidores a la patria, enemigos del pueblo y, para ojos del electorado se convirtieron, por diligentes, en oposición.

En los medios de comunicación tradicionales, los analistas y conductores han abandonado su imparcialidad y decidido mostrarse en franca oposición al régimen. Las clases medias han abandonado el activismo de sillón y decidido manifestarse y oponerse al Gobierno de López Obrador. Las universidades privadas, y por supuesto las públicas, se han convertido en semilleros de oposición. En este caso son oposición por convicción, ideología y por el maltrato de este Gobierno.

No hay una oposición, hay muchas. Algunas decididas a apoyar a Xóchitl Gálvez, algunas decididas a no darle su voto al PRI y al PAN, otras que sufren la guerra contra el narco de Calderón, tanto como el “militarismo” de Morena, otras que desprecian la corrupción de Peña, pero también la de los cercanos a AMLO. Unas de izquierda y otras de derecha. Unas más valientes, como las del INE y el Poder Judicial, otras más discretas con entrevistas tibias, más prudentes como las de los empresarios y más frívolas como las de Movimiento Ciudadano.

Lo que las une es el futuro. La oportunidad de ser representados, la esperanza real de ocupar el poder, que una opinión diferente merezca consideración frente a una convicción popular, que a las minorías no las hagan menos, que la mayoría no aplaste derechos, que el derecho a diferir no sea traición. Lo que les une es que el futuro no le pertenezca a esa mayoría homogénea, indivisible y unánime que le habla sólo al oído al Presidente y que mal denominan “pueblo de México”, sino a todos. El derecho a que, si en el futuro el presente no va bien, haya instituciones y procedimientos democráticos para cambiarlo.