Rafael Rojas

Coronel Urtecho y los nuevos dictadores

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

José Coronel Urtecho, en una foto de archivo.*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
José Coronel Urtecho, en una foto de archivo.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Un rasgo característico de aquellos dictadores latinoamericanos, que fueron revolucionarios en la Guerra Fría, es envolver actos represivos (encarcelamientos, deportaciones, acosos mediáticos y judiciales, confiscaciones) en un discurso de reafirmación ideológica. Esos dictadores, colocados en la cima de nuevas oligarquías económicas y políticas, caricaturizan a sus opositores, cada vez más desprovistos de derechos y recursos, como viejas burguesías redivivas. 

El último acto represivo del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en Nicaragua, expone todos los ardides simbólicos de los exrevolucionarios despóticos. La sede del memorable diario La Prensa, dirigido por Pedro Joaquín Chamorro, tan importante en la lucha contra la dinastía somocista, luego de ser confiscada, ha sido convertida en un Centro Cultural, que lleva por nombre José Coronel Urtecho (1906-1994), en honor al gran poeta y traductor nicaragüense del siglo XX.

Colaborador de La Prensa, Coronel Urtecho, lo mismo que Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra, suscribía las tesis de Pedro Joaquín Chamorro y lo mejor de la intelectualidad antisomocista, plasmadas en libros como Estirpe sangrienta: los Somoza (1959) y Diario de un preso (1963) del director de aquel periódico, asesinado en 1978 por esbirros de la dictadura en el centro de Managua

Coronel Urtecho, junto a Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y otros escritores de la primera generación intelectual nicaragüense del siglo XX, fue una figura central del vanguardismo latinoamericano. No sólo por su propia poesía sino por su gran proyecto de traducción al español de los grandes autores del “american modernism” (T. S. Eliot, Ezra Pound, William Carlos Williams, Wallace Stevens, Robert Frost), que se adentró también en poetas del siglo XIX, como Edgar Allan Poe y Walt Whitman, y en posteriores como los de la Beat Generation: Ginsberg, Ferlinghetti, Corso, Snyder, Frankl…

Ernesto Cardenal, sobrino y discípulo de Coronel Urtecho, que firmó con él una segunda antología de la poesía estadounidense en 1963 —la primera se editó en 1948—, aseguraba que, después de Rubén Darío, probablemente no exista otro referente más poderoso en la poesía nicaragüense. Tanto la visión de la literatura como la de la historia de Nicaragua de Coronel Urtecho, reflejada en ensayos como Reflexiones sobre la historia de Nicaragua. De Gaínza a Somoza (1962) o La familia Zavala y la política del comercio en Centroamérica (1971), se inscribía en un liberalismo social, reñido con los regímenes dictatoriales tan frecuentes en la región centroamericana y caribeña.

Ahora Daniel Ortega, autocoronado como nuevo déspota perpetuo de Nicaragua, bautiza el viejo recinto de La Prensa con el nombre de José Coronel Urtecho. La operación retrata a la perfección el ejercicio despiadado de una tiranía sobre el pasado y el presente de esa nación centroamericana: un intento de control paralelo y perenne del país y su historia

Eso explica que tras un respaldo juvenil a Anastasio Somoza García evolucionara, en los 70, a una clara oposición a la autocracia de su hijo Anastasio Somoza Debayle. En su poema “No volverá el pasado”, Coronel Urtecho decía que después del triunfo sandinista, en 1979, la “historia cambiaba de nombre”, era “otra historia”, ya que por primera vez “todo era sentido”, “la verdad era la verdad, la mentira mentira, la patria Patria y Nicaragua Nicaragua”.

Colaborador de La Prensa, Coronel Urtecho, lo mismo que Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra, suscribía las tesis de Pedro Joaquín Chamorro y lo mejor de la intelectualidad antisomocista, plasmadas en libros como Estirpe sangrienta: los Somoza (1959) y Diario de un preso (1963) del director de aquel periódico, asesinado en 1978 por esbirros de la dictadura en el centro de Managua.

Ahora Daniel Ortega, autocoronado como nuevo déspota perpetuo de Nicaragua, bautiza el viejo recinto de La Prensa con el nombre de José Coronel Urtecho. La operación retrata a la perfección el ejercicio despiadado de una tiranía sobre el pasado y el presente de esa nación centroamericana: un intento de control paralelo y perenne del país y su historia.

La historia ha contrariado aquel poema de Coronel Urtecho: hay una nueva dictadura en el tiempo de Nicaragua y habrá que dotar nuevamente de sentido la trama de ese país. No acabó la historia con el sandinismo en Nicaragua, como tampoco acabó con el castrismo en Cuba o con el chavismo en Venezuela. La vuelta al despotismo, agenciada por aquellos líderes socialistas, en su vejez, delata la costosa falta de aprendizaje en la política latinoamericana.