Rafael Rojas

¿Nueva Guerra Fría?

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Líderes de países miembros de la OTAN en la Cumbre de Madrid, el pasado miércoles.*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Líderes de países miembros de la OTAN en la Cumbre de Madrid, el pasado miércoles.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La firma del Compromiso Estratégico, en la reciente cumbre de la OTAN en Madrid, es el disparo de salida para un rearme de las mayores potencias occidentales, como no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque Rusia y China fueron definidas como rivales de diversa índole —Rusia como “amenaza directa” y China como “desafío sistémico”—, el rearme asentará un clima de tensiones permanentes con esas dos potencias.

Los acuerdos de Madrid han suscitado un simplismo editorial, basado en falsas analogías, cuya fórmula recurrente es la de una “nueva Guerra Fría”. Se trata de una regresión anunciada desde años por diversos actores, incómodos con la era global y el avance del multilateralismo: las viejas izquierdas comunistas, antiimperialistas o altermundistas, las nuevas derechas antiglobalistas o nacionalistas, y el hegemonismo liberal de siempre, cuya tendencia a la remilitarización ha sido constante, sobre todo en Estados Unidos y Gran Bretaña.

Por lo general, quienes más insisten en esa vuelta a la Guerra Fría, achacan toda la responsabilidad a Estados Unidos y la OTAN. A conveniencia, minimizan el papel de Rusia en este desenlace, con su unilateral e injustificada invasión a Ucrania, que ven como un acto defensivo frente a la expansión de la OTAN. Pero si ha habido expansión de la OTAN, en los últimos años, en la propia frontera rusa, es esta, la de la incorporación de Suecia y Finlandia.

La creación de un verdadero bloque chino-ruso es, de hecho, la gran fantasía de la izquierda antiglobalista del siglo XXI, especialmente en América Latina. Una fantasía con mucho menor peso en el Sudeste Asiático o en África, donde predomina la voluntad de mantener buenas relaciones con China, Europa y Estados Unidos. Basta revisar la prensa bolivariana para confirmar el deseo de esos gobiernos de que Rusia y China refunden algo parecido al bloque soviético

Cualquier historiador de la Guerra Fría (Gaddis, Heffer, Launay, Westad, McMahon, Pettinà…), a pesar de sus divergencias, aceptaría que varios elementos del mundo bipolar están ausentes hoy. No vivimos la confrontación de dos ideologías, ni los intentos de crear mercados segmentados, ni un reparto de áreas de influencias en el mundo, similar al periodo 1945-1989. Tampoco las alianzas dentro del polo pro-ruso o pro-chino tienen la cohesión del bloque soviético.

Los intereses de China en el mundo, especialmente en Asia, África y América Latina, son de naturaleza muy distinta a los de la URSS, en esas mismas regiones, durante la Guerra Fría. Son intereses afincados en las redes del capitalismo financiero internacional y tienen, como soporte, las intensas relaciones comerciales de China con Estados Unidos y Europa. Jamás la Unión Soviética habría alcanzado un nivel de interrelación económica con Estados Unidos como el que posee China hoy.

La idea de una nueva Guerra Fría atrae a actores con una visión maniquea del mundo, desde cualquier reportorio ideológico contemporáneo. Sirve lo mismo para legitimar diversos grados de entendimiento con Rusia, en el contexto de la guerra contra Ucrania, que van desde el respaldo diplomático de gobiernos como el venezolano, el nicaragüense o el cubano hasta la neutralidad de India o Sudáfrica. Pero también sirve para relanzar el panliberalismo, contra una supuesta amenaza autoritaria global, que no puede remitirse a un actor único y racional.

La idea de una nueva Guerra Fría atrae a actores con una visión maniquea del mundo, desde cualquier reportorio ideológico contemporáneo. Sirve lo mismo para legitimar diversos grados de entendimiento con Rusia, en el contexto de la guerra contra Ucrania, que van desde
el respaldo diplomático de gobiernos como el venezolano, el nicaragüense o el cubano hasta la neutralidad de India o Sudáfrica

Esta última versión del bipolarismo emergió en las intervenciones de varios líderes occidentales, durante la cumbre de Madrid. Los límites del enfoque tienen que ver con una unificación retórica del rival, que desaprovecha las ventajas de un tratamiento casuístico de las relaciones con Moscú y Beijing. Los regímenes chino, ruso y norcoreano son diferentes, y tratarlos como un “eje del mal”, al estilo de la vieja política de Bush Jr., sólo contribuye a incentivar mayores compromisos entre esas potencias.

La creación de un verdadero bloque chino-ruso es, de hecho, la gran fantasía de la izquierda antiglobalista del siglo XXI, especialmente en América Latina. Una fantasía con mucho menor peso en el Sudeste Asiático o en África, donde predomina la voluntad de mantener buenas relaciones con China, Europa y Estados Unidos. Basta revisar la prensa bolivariana para confirmar el deseo de esos gobiernos de que Rusia y China refunden algo parecido al bloque soviético.