Rafael Rojas

Populismo y abusos de la historia

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Trump en la Casa Blanca, durante la mañana del día del asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021.*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Trump en la Casa Blanca, durante la mañana del día del asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En su libro El pasado, instrucciones de uso (2018), el historiador italiano Enzo Traverso reunió ensayos que resumen los grandes dilemas del trabajo con la historia. A partir de la noción de “uso público de la historia”, acuñada por Jürgen Habermas, Traverso repasa las diferencias elementales entre visiones del pasado producidas por la memoria personal o colectiva, por la historia académica y la divulgativa, por intelectuales y políticos. 

Las diferencias de relatos e interpretaciones del pasado, entre unos y otros, pueden ser “antinómicas”, dice Traverso. Por eso es importante conocerlas y, más que conocerlas, discernirlas y generar resistencias contra la instrumentación maniquea de la historia con fines políticos. Una instrumentación que simplifica y relativiza todo tipo de fenómenos: el fascismo y el comunismo, la Shoah y el Gulag, el colonialismo y el racismo, las revoluciones y los populismos.

En México hubo variantes similares en la historia oficial del nacionalismo revolucionario, con la salvedad de que aquí predominó una visión continuista y teleológica de la corriente liberal, como se plasma con nitidez en la famosa trilogía El liberalismo mexicano (1957-1961) de Jesús Reyes Heroles

Más que usos, los nuevos populismos, de derecha o izquierda, producen abusos de la historia. Durante el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, por ejemplo, se promovió una reescritura de la historia nacional, a partir de la propuesta de la llamada “Comisión 1776”, que buscó reactivar la “historia patriótica”, en contra del “Proyecto 1619”, impulsado por Nikole Hannah-Jones y un grupo de historiadores y periodistas afroamericanos.

La propuesta no sólo iba dirigida a minimizar la tragedia de la esclavitud y el racismo en la historia de Estados Unidos sino a combatir interpretaciones académicas del pasado, generadas por historiadoras e historiadores liberales o marxistas, feministas o socialistas de las más prestigiosas universidades. Según los ideólogos trumpistas, intelectuales y académicos estaban desvirtuando una historia nacional y patriótica, basada en mitos fundacionales y hegemonías raciales y sociales sólidas.

Esa idea teológica de la historia como lucha entre el bien y el mal, entre el pueblo y la oligarquía, tiene problemas para lidiar con el hecho de que líderes como Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas formaron parte de las élites gobernantes del país. O con que líderes etiquetados como “conservadores”, como Porfirio Díaz —que en realidad era liberal—, también gozaron de mucha popularidad

En América Latina han sido frecuentes esos abusos de la historia, lo mismo desde corrientes conservadoras, de raíz hispanófila y católica, que desde el populismo clásico de mediados del siglo XX. El historiador argentino Tulio Halperín Donghi adelantó algunas premisas de Traverso en su estudio sobre el revisionismo ideológico del periodo peronista. En tiempos de Perón se promovió una historia antiliberal, que reivindicaba a caudillos populares del siglo XIX, como Juan Manuel de Rosas, y comprendía el pasado desde la rígida contraposición entre “pueblo” y “oligarquía”, atribuyendo al peronismo el liderazgo exclusivo de lo popular.

En México hubo variantes similares en la historia oficial del nacionalismo revolucionario, con la salvedad de que aquí predominó una visión continuista y teleológica de la corriente liberal, como se plasma con nitidez en la famosa trilogía El liberalismo mexicano (1957-1961) de Jesús Reyes Heroles. Aquella versión del pasado mexicano también era maniquea y binaria, pero correspondió a un largo periodo del Estado postrevolucionario, que favoreció la autonomía del campo intelectual y la profesionalización de la historia académica.

Durante el actual gobierno de Morena y Andrés Manuel López Obrador se ha intentado relanzar la historia oficial del nacionalismo revolucionario, desde una perspectiva a tono con los nuevos populismos. El desprecio por la historia académica es perceptible a varios niveles y la simplificación de fenómenos como la conquista, la independencia, la reforma y la revolución es rutinaria en el lenguaje presidencial.

Esa idea teológica de la historia como lucha entre el bien y el mal, entre el pueblo y la oligarquía, tiene problemas para lidiar con el hecho de que líderes como Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas formaron parte de las élites gobernantes del país. O con que líderes etiquetados como “conservadores”, como Porfirio Díaz —que en realidad era liberal—, también gozaron de mucha popularidad.