En estos días de guerra en Gaza las redes sociales se llenan de viejas patrañas antisemitas e islamófobas. Pero también se reproducen, con mayor contundencia y velocidad, mitos específicamente antipalestinos. En Facebook y Twitter reaparecen viejos mapas y se repite, hasta el cansancio, que Palestina no existía antes de 1948, no ha existido en los últimos ochenta años y no existe hoy.
Se machaca que los árabes que habitan Palestina han llegado allí luego de la fundación de Israel y el proceso de colonización que le siguió. Es decir, que los palestinos habitarían en un país llamado Israel y su condición de ciudadanos de segunda no estaría determinada por las leyes e instituciones de ese Estado sino por una subordinación natural.
Edward Said, brillante pensador palestino, nacido en Jerusalén en 1935, y fallecido en Nueva York, en 2003, en medio de la “guerra contra el terror” de George W. Bush en Irak y Afganistán, cuestionó cada uno de esos mitos en múltiples libros, artículos, manifiestos y cartas. La obra de Said está totalmente atravesada por su identidad específicamente palestina, pero tal vez los títulos emblemáticos de esa batalla contra los mitos serían La cuestión palestina (1979), Covering Islam (1981), Gaza y Jerifcó, pax americana (1995), sus memorias Out of Place (1999) y sus artículos sobre los procesos de paz en Oslo, reunidos en español, póstumamente, bajo el título de Nuevas crónicas palestinas (2004).
Hay, sin embargo, otras compilaciones y libros de entrevistas, como La pluma y la espada (2001), una larga conversación con David Barsamian, que ponen en claro la visión de Said sobre la historia de Israel y Palestina y su prolongado conflicto. En este libro, que editó y reeditó Siglo XXI, en México y Argentina, es posible constatar la fe de Said en la existencia de Palestina como una comunidad cultural y política, que llamaba nación, con su pasado, su presente y su futuro.
Pero ahí mismo, junto con sus refutaciones puntuales de cada mito de la propaganda oficial israelí y del eurocentrismo intelectual, Said llamaba la atención sobre algunos daños autoinfligidos del extremismo nacionalista palestino, que conspiraban contra el logro del objetivo de una soberanía estatal. Dos de esos riesgos eran, justamente, el antisemitismo y el terrorismo, que hoy se expanden aún más que hace treinta o veinte años y, en sectores de la esfera pública y las redes sociales, se confunden con la propia causa palestina.
Said, que admiraba las tradiciones culturales hebreas y que impulsó con su amigo Daniel Barenboin una fundación para estudiantes de música árabes y judíos, cuestionó los limitados alcances de la paz negociada por Yasir Arafat e Isaac Rabin en los años 90, pero nunca renunció al ideal de dos estados en un mismo territorio. Lo interesante es que en la conversación con Barsamian, Said se detiene más en la necesidad de que esos dos estados posean a su vez una diversidad cultural interna, asegurada por la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos.
Ya lo hemos comentado aquí, pero vale la pena recordar que Said murió en 2003 y no alcanzó a ver la radicalización islamista protagonizada por Hamas y Hezbolá a mediados de la primera década del siglo XXI, en buena medida, como reacción contra las intervenciones de Estados Unidos y sus aliados europeos. Esa radicalización ha erosionado la hegemonía de la antigua OLP, hoy Autoridad Palestina, con la que Said siempre dialogó y polemizó.
Una pregunta que eluden muchos partidarios de considerar el terrorismo de Hamas como resistencia anticolonial, especialmente en la izquierda latinoamericana, es qué tanto esa causa sigue siendo nacional, favorable a la creación de un estado palestino, vecino de Israel. Todo parece indicar que aquella causa nacionalista palestina está hoy en desventaja en Gaza y Cisjordania, frente al avance de un yihadismo teocrático y panárabe.