Rafael Solano

Cecilia Monzón y el eco de su voz

DE LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Rafael Solano*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Rafael Solano
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

A las cinco de la tarde de un lunes llegó el mariachi a cantarle, ella estaba muy arreglada, guapa como siempre, ahí estábamos parados frente a ella.

Pero en esta ocasión, la sonrisa nos la borraron, no era fiesta; con un nudo en el corazón, con la voz cortada, despedíamos a Cecilia Monzón, víctima de un feminicidio brutal y vil, entonando la “Nube viajera”. Hoy te quiero platicar un poco más de ella.

Cecilia fue parte de esa generación de mexicanos a quienes el 94 jugó una mala pasada; la crisis y la coyuntura devastó el negocio familiar en Veracruz, el antiguo Hotel Diligencias, donde creció. A la postre eso la llevaría a emigrar del puerto.

Desde aquel hotel vio desfilar personajes de la vida nacional, que siempre dialogaban con la abuela Doña Rafaela (Falla) Menéndez, directiva de empresa siempre involucrada en temas de mujeres, cultura y política. Seguramente de allí salió una gran parte del carácter de Ceci.

Cecilia Monzón.
Cecilia Monzón.Foto: Especial

Después de una estancia en España, decidió regresar para establecerse en Cholula, Puebla, de donde la familia es originaria debido al abuelo Don Filemón Pérez Cazares, férreo líder político de la zona, al que no conoció en vida, pero del que sí conoció su vida. Siempre cuesta arriba, Ceci se puso a chambear y a estudiar abogacía al mismo tiempo en la BUAP; desde muy joven vivió sola y así entró a trabajar al gobierno local; donde conoció el trabajo en el terreno de las juntas auxiliares y comunidades. Esa combinación le dio la habilidad de hablar a ras de piso y una comprensión profunda de la cultura y el sentir popular.

Con el tiempo, hizo su base social, que era real en los pueblos. A esa base la reunió en forma de miles de flores y de personas que en lo individual llegaron a agradecerle a su madre el día de su partida. Con trabajo y preparación, intentó abrirse paso en política, siempre encontrando un dique en la cultura del privilegio; ella decía que “hay una generación que, sí estamos preparados, tenemos experiencia, atascados en puestos de segundo nivel… Es lamentable que los espacios parezcan depender de hijo o hija de quién eres…”.

En innumerables ocasiones se encontró también con la cultura patriarcal que le repitió hasta el cansancio el muy clásico “lo mejor es guardar silencio como una dama” o el “no eres tú, es ser familia de quién eres”. Eso la llevó a ser frontal, aunque como ella misma reconocía, “no resultó, pero no serlo, claramente, tampoco”.

Y es que fuera de los grandes ecos de las zonas urbanas del país, están estas historias de mujeres que tienen que amplificar su voz, al grado de que en sus terruños pudieran resultar “ruidosas” o “incómodas”, pero el problema es que, si no la alzaran así, no habría repercusión. Para muestra un botón, no habían pasado 20 minutos de la manifestación feminista y en la fiscalía poblana ya habían pintado la barda que exigía #JusticiaParaCecilia. En una triste parodia del México donde “no pasa nada”.

Debo decir, que el día de su funeral, me estremeció ver a tantas mujeres de su “manada” en pie de lucha. A una de ellas le agradecí sus palabras y aguerrida me dijo: “yo también tengo un hijo, y voy hasta donde tope”, me cimbró, mientras mi piel se erizaba y súbitamente se atravesaba el infortunio de pensar que “en este México, tú podrías ser la próxima”; la próxima, como las más de 100 mexicanas que en esta semana de luto, fueron también asesinadas de acuerdo a la cifra negra que están compartiendo las colectivas feministas.

Entre la comunidad escolar de los compañeritos de su hijo también se rompió algo, la rabia también es enorme, muchos padres están siendo cuestionados por sus pequeñas y se preguntan: ¿tengo que decirle a mi hija que mejor se calle?, ¿que no incomode?, ¿que no diga lo que piensa? Y es que esto que está sucediendo está dejando una huella profunda entre nuestras niñas y niños, una huella que como sociedad no podemos permitir.

Termino con una reflexión. En el empedrado del México patriarcal y del privilegio, Cecilia caminó orgullosamente con tacones para pisar duro. En su bolso cargó las leyes para protegerse a sí misma y a otras mujeres. Hizo guardia frente a puertas cerradas y oídos sordos para acceder a la justicia, y cuando de plano no se abrieron, entró por la ventana. Usó como megáfono sus redes sociales para darle voz a quien no la tiene y ponerles lupa a los casos para visibilizar la tragedia que no se quiere reconocer. Frente a la desazón de la situación utilizó la melodía de su #canto para ponerle sazón a la vida. Unas balas la inmortalizaron en la memoria de su causa, y quienes la quisieron callar, le dieron más eco a su voz, más fuerza y más decisión para que la tragedia de hoy, no sea destino de mañana.

Descansa en paz, prima. Me despido diciendo:

“Es cuánto”.