Valeria López Vela

La barbarie toca a nuestras puertas

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

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Releyendo la Política de Aristóteles, me reencontré con el concepto de barbarie en el mundo antiguo. Desde el inicio de la civilización occidental, se comprendió a su opuesto; así como el silencio acentúa el sonido, la barbarie resplandece los favores de las conductas civilizadas. 

De esta forma, varios autores clásicos como Estrabón, Herodoto, Tácito, Polibio —quienes fueron testigos de las invasiones bárbaras— perfilaron las características de las conductas bárbaras calificándolas como estólidas e inhumanas.

Desde sus relatos, el concepto de bárbaro trae a nuestra mente imágenes de guerras salvajes, conquistadores crueles o batallas descarnadas. Estrabón inicia el relato de las primeras invasiones bárbaras comparándolas con una plaga: “Llegaron como las langostas: arrasaron con todo lo que había a su paso”.

Nadie se llama a sí mismo bárbaro, pues no es un halago ni un concepto neutro; todo lo contrario. Nombramos bárbaro a quienes fallan frente a las exigencias de la civilización: a aquello que son incapaces de establecer comunicación para aclarar las diferencias; a los personajes crueles que se vanaglorian coleccionando los restos de los enemigos o, todavía más, a aquello que destruye lo que valoramos: el arte, la cultura, el Estado, las instituciones. Barbarie, destrucción y vileza van de la mano.

En el mundo antiguo, las invasiones bárbaras eran realizadas por extranjeros que despreciaban la forma de vida griega o romana. Hoy, a contrario sensu, los ataques bárbaros vienen de cualquier frente: a veces, de las personas encargadas de defender nuestras instituciones; otras, de grupos internos que, tras radicalizarse, quieren destruir lo logrado, aunque no quede nada.

Pienso que los bárbaros de nuestros días anhelan la bancarrota civilizatoria cuando crean noticias falsas y difunden discursos de odio; cuando, desde el ejercicio del poder, atacan a los propios ciudadanos, en resumen, cada vez que atacan los derechos humanos.

Los últimos días hemos sido testigos de cómo en Afganistán, México, Turquía, Hungría, Venezuela o Estados Unidos se da la espalda a los valores más altos de la humanidad: dando la espalda a los migrantes, censurando la libertad de expresión, restringiendo oportunidades a los grupos de la diversidad sexual, por mencionar algunos casos.

Las historias de las incursiones bárbaras suelen ser la exposición detallada de un desastre cultural, social, político y bélico que deja expuestas, tras su paso, las entrañas de la crueldad humana. En nuestros días, además, la mentira y la injusticia son la moneda de cambio de los gobiernos que, con sus acciones y sus omisiones, barbarizan a nuestras sociedades. Sabiendo esto, no creo que sea sabio permitir que nuestros días se cuenten, como una forma más, de la incivilización institucionalizada.