Valeria López Vela

Venezuela: Democracia perdida

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La noche del 8 de octubre de 2012, cuando supe los resultados electorales en Venezuela —el triunfo de Maduro y la derrota de Capriles—, sentí coraje y preocupación. Desde entonces, no he dejado de pensar lo difícil que ha sido para los venezolanos recuperar la democracia perdida.

Durante estos años, hemos visto la erosión —política, económica y social— de Venezuela; el papel de la oposición ha sido responsable y comprometido con la democracia. Han intentado las vías jurídicas correspondientes para contener los excesos del Gobierno de Maduro; sin embargo, creo que esa prudencia se convirtió en inercia, en resignación.

El régimen inaugurado por Hugo Chávez y heredado a Nicolás Maduro contó con la simpatía de las izquierdas globales por la apuesta económica que enarbolaba. Representó, en su momento, una opción para contrarrestar los excesos económicos del neoliberalismo latinoamericano.

Los estragos sociales no tardaron en hacerse sentir: la democracia fue sustituida por el totalitarismo. La sociedad civil fue la primera en pagar por los devaneos económicos y por los caprichos de la clase política populista.

Hace años que el Gobierno de Maduro debió haber caído, pues su solvencia moral está en bancarrota. Los dirigentes políticos convirtieron la historia y la vida de los venezolanos en una novela barata de política latinoamericana, escrita con las ensangrentadas manos de Diosdado Cabello, la pluma sin tinta de Nicolás Maduro y el puño de Vladimir Padrino López. Que no se nos olvide que todos ellos han sido ligados a las redes del narcotráfico internacional.

Por si fuera poco, Maduro y sus secuaces endurecieron su posición: a los críticos, los censuraron; a los activistas, los encarcelaron; al pueblo, lo sometieron con la pobreza.

Pero hasta al más indecente de los gobiernos le da vergüenza asumir descaradamente que abusa del poder y que persigue a los ciudadanos. ¿Por qué? Porque, simple y llanamente, está mal hacerlo; lo sabemos todos: sólo los psicópatas se vanaglorian de sus fechorías.

El Gobierno de Nicolás Maduro carece de rumbo. Desde hace años, el termómetro social ha estado en rojo, pues el descontento no deja de salir a las calles: convoca líderes políticos, organiza ciberrevoluciones, alerta a la comunidad internacional. Pero, desafortunadamente, nada de esto termina de concretar una alternativa viable.

La ausencia de principios morales, de compromiso con la decencia, de respeto por la democracia ha salido muy cara para el pueblo venezolano. Y para eso, lamento escribirlo, no hay remedio: no hay farmacopea que cure dicha enfermedad.

Ni una nueva Constitución ni una inyección económica ni la rendición de la oposición pueden recomponer el rumbo de Venezuela pues, además de la reconstrucción política, será indispensable una reconfiguración responsable de la ética social.