Valeria Villa

Las cosas que importan

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Alexander Payne es un director que ha dirigido películas excepcionales como Sideways (2004) y Nebraska (2013), entre muchas otras de una larga e interesante filmografía caracterizada por mostrar a personajes rotos que beben demasiado, sumidos en duelos, que han perdido el sentido de vivir y cuyas historias tienen la virtud de hacer giros hacia lugares en los que es posible la redención, cambiar el destino, empezar de nuevo y, además, con la mucho más grande virtud de realizarlo sin cursilería y siempre con guiones inesperados. Su cine es original, sorprendente, emotivo y afortunadamente austero.

Su última entrega, The holdovers (Los que se quedan) es una muestra del ojo infalible de Payne para hablarnos de las cosas que importan:

Es la víspera de Navidad, en un prestigioso internado para varones en Nueva Inglaterra, como castigo, el profesor Paul Hunham (Paul Giamatti) estará a cargo de algunos estudiantes cuyos padres no pudieron o no quisieron estar con ellos en las fiestas. Después quedarán solamente Hunham, la jefa de la cocina Mary Lamb (Da’vine Joy Randolph), una mujer en duelo por la reciente pérdida de su único hijo, un joven con un futuro prometedor, quien por ser pobre y negro tiene que ir a la guerra. Regresa en un ataúd. Y Angus Tully (Dominic Sessa), un alumno inteligente, que roba, miente, se mete en problemas y ha sido expulsado de tres escuelas.

Es común que juzguemos a alguien sin conocerlo y sobre todo sin saber el pasado que carga, lo que ha atravesado, lo que le duele. Cuál es la historia que hay detrás de la amargura y la dureza, de los problemas de conducta, del alcoholismo como la única forma de soportar la soledad y los duelos. Ser insoportable y hacerse odiar puede ser la única defensa de alguien a quien las cosas le han salido mal y que no se siente orgulloso de la vida que ha llevado. La desconfianza inicial da lugar a la empatía entre los tres personajes, que poco a poco salen de su soledad y empiezan a comprenderse, a cuidarse y a protegerse. Tully funciona como un significante de esperanza: hay que regalarle una Navidad bonita a un muchacho que es casi un niño, que tiene toda la vida por delante y se ha sentido rechazado. Sin discursos afectados ni estridentes, la película es también una reflexión sobre el privilegio y cómo la falta de éste hace que la vida sea mucho más difícil para quienes no tienen padres millonarios e influyentes y mucho peor si eres negro.

Los secretos que cargamos todos tienen que ver con la enfermedad mental, la depresión, el miedo a parecerse a los padres en sus peores rasgos, la incapacidad de despertar amor, los defectos del carácter que nos vuelven insoportables, los sueños frustrados a los que se renuncia cuando se pierde la esperanza. El giro de esta película apunta hacia la página en blanco que siempre puede ser la vida y también a la certeza de que el duelo es menos difícil en compañía y si se encuentran nuevas razones para vivir.

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