Valeria Villa

Furioso

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Uno de los retos que se enfrentan en terapia es la repetición neurótica del discurso. Los pacientes se desesperan porque tienen la sensación de que siempre se quejan de lo mismo y dicen lo mismo, sesión tras sesión. Se hace un reclamo velado a la terapeuta porque ella tampoco es capaz de hacer preguntas nuevas que amplíen la comprensión de los problemas. También hay miedo a aburrirla, a que se canse y a que abandone.

Los pacientes no alcanzan a ver que hay cambios sutiles dentro de la repetición y que aunque el contenido de las palabras sea el mismo, la tonada cambia semana a semana. “Llevo un año hablando de lo mismo”, “otra vez voy a hablar de Ana, mi ex”: el tedio no es un problema mientras la escucha pueda seguir siendo fina a pesar de la repetición.

Aldo viene a terapia desde hace varios años. Atravesamos ahora mismo por la segunda temporada de su proceso terapéutico. La primera duró tres años, después hubo un pausa de dos y ahora la ha retomado. Se lamenta de que se sigue quejando de lo mismo a pesar del paso del tiempo, aunque a veces logra ver que sí ha transformado algunos rasgos de su carácter, mitigándolos.

Lo que a Aldo le duele es que con su mal humor aleja a la gente que lo quiere. Son frecuentes los relatos sobre sus enojos fuera de control. Hemos pensado que el enojo es aprendido; también que lo heredó del padre, furioso profesional que se peleaba a golpes en la calle y que se relacionaba a gritos.

Aldo siente tristeza e impotencia después de sus ataques de furia. Sufre cuando destruye con sus palabras a su gente querida o cuando toma decisiones arrebatadas o cuando se violenta con su pareja. Su furia es disonante con el ideal de sí mismo que persigue, con sus necesidades y con sus metas. Que haya guerra interna y no armonía con los síntomas es señal de salud. Si Aldo no pensara que perder el control y volverse destructivo es un problema para su vida y para sus relaciones, no vendría a terapia.

Frente a su enojo sin filtro, que lo hace enfurecerse por casi cualquier cosa, hay que preguntar una y mil veces qué es lo que lo tiene tan enojado. De esta manera se amplía el relato y aparecen enojos y frustraciones que no son del presente: la falta de interés de unos padres que peleaban todo el tiempo y que trabajaban compulsivamente; un cambio de escuela que significó una época de acoso escolar y que lo volvió defensivo y reactivo; una vida universitaria poco disfrutable porque tenía que trabajar y estudiar y sentía envidia por las vidas más relajadas de los compañeros con más dinero que él; la presión incesante de hacer más dinero una vez que terminó su carrera; el fracaso de un matrimonio y la pérdida de la posibilidad de tener una familia estable.

Aldo se siente frustrado porque no logra vencer a la furia que a veces lo domina. Su enojo es la respuesta externa a la impotencia interna. Le da por desear que haya una solución mágica que lo vuelva un hombre más tranquilo, pero sabe que el único camino es hacerse consciente y hablar de los enojos acumulados que se convierten en un ataque a sí mismo, en culpa y luego en depresión.

Los cambios que desea para su vida son procesos lentos que están ocurriendo poco a poco y a pesar de la repetición, a eso le apuesta.