Valeria Villa

La malignidad narcisista: Succession en la recta final

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La risa, el chiste, la broma, pueden ser maniobras para alejar el dolor, para negar que algo terrible está pasando, para lidiar con verdades insoportables.

En el penúltimo capítulo de la última temporada de la serie Succession, escrita por Jesse Amstrong, pudimos atestiguar el colapso del bufón, del niño terrible que nunca se toma nada en serio y que parece instalado en una adolescencia eterna porque sólo sabe hacer bromas sexuales, que casi siempre van dirigidas a mujeres mayores. Roman parecía llevar la mano en el juego por la sucesión del poder pero fiel a su estructura masoquista, lo echa todo a perder. El contraste entre su ensayo a solas de lo que sería su discurso en el funeral de su padre con lo que realmente ocurre, es elocuente sobre la distancia abismal entre su yo idealizado y su yo real. Su fantasía sobre sí mismo incluye creer que él eligió al Presidente de los Estados Unidos, que se parece a su padre, que es un gran hombre. La realidad es que Roman es un niño perdido e indefenso sin su padre. Su potencia psíquica y sexual desaparecen cuando finalmente se enfrenta a la verdad: su padre está muerto. Como si fuera un niño que no ha comprendido aún lo que es la muerte, le pregunta a sus hermanos si lo pueden sacar del féretro. Roman está cerca de un quiebre psicótico.

La ciudad se encuentra en caos. Hay protestas por el sospechoso triunfo de un fascista de ultraderecha. Este hecho afecta directamente a Kendall, que está casado con Rava, una mujer de rasgos árabes, que decide sacar a sus hijos de la ciudad por miedo a la violencia. Kendall, que sólo puede pensar en sí mismo, enloquece al enterarse de que sus hijos no estarán en el funeral de su padre. Si corren peligro es algo que ni siquiera puede ver. Incluso piensa en pedir la custodia de unos hijos que ha abandonado.

En una escena de inesperada sororidad, se sientan juntas las últimas cuatro mujeres en la vida del padre muerto: Marcia, Caroline, Sally Ann y Kerry.

Ewan, el hermano de Logan, da un discurso en contra de la voluntad de sus sobrinos. Tiene que decir la verdad: amaba a su hermano, sufrió junto a él, pero sabe que contribuyó a la destrucción moral del mundo.

Ante el quiebre de Roman, Kendall y Shiv dan un discurso. Kendall miente todo lo que puede para rescatar el nombre de su padre. En un discurso lleno de contradicciones habla de su admirable capacidad para hacer dinero y de su brutalidad y poder para dañar.

Shiv se sincera y dice que fue difícil ser la hija mujer de su padre, porque él nunca pudo concebir a una mujer completa en su cabeza. Describe lo aterrador que era cuando los regañaba pero cómo también era la luz, el sol y el calor cuando los dejaba acercarse. Los dos intentan convencerse de que el padre no era tan malvado, que lo hizo bien, que están en paz. Lo que se manifiesta todo el tiempo es la ambivalencia extrema de amar y odiar al padre. No pueden aceptar que el odio excedió por mucho al amor.

El trauma de los hijos puede definirse en la frase que le dice Kendall a Hugo: “La gente que dice amarte, te jode”. La desconfianza ha sido lo único que han podido aprender del padre. La gente que te ama te rompe el corazón, te hace daño, te abandona, te lastima.

La malignidad de esta familia contagió al ámbito social. Una familia con poder en los medios de comunicación es central como artífice del triunfo de la ultraderecha fascista.

Las mentiras son necesarias para sobrevivir. Pensar que Logan Roy lo hizo bien como padre es una mentira. La desilusión que Logan sintió todo el tiempo al ver la incapacidad de sus hijos es un clásico familiar: el padre se extraña de que sus hijos sean unos monstruos, incapaces y patéticos como si no hubieran sido criados por él.

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