Valeria Villa

El perfeccionismo es un síntoma

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Tal vez muchos se sientan orgullosos de ser muy exigentes y no aceptar nada que no sea perfecto. Puede ser que buscar la perfección se considere una cualidad.

Los valores culturales de la actualidad tienen que ver con la apariencia y los logros: vacaciones idílicas, fiestas felices con amigos, comida que más que para comerse es para retratarse. Las investigaciones apuntan a que las redes sociales afectan la autoestima de sus consumidores, que se comparan con las vidas de los otros y que se sienten inferiores, avergonzados y resentidos al ver sus existencias tan normales.

Thomas Curran, un egresado de la London School of Economics, ha publicado el libro The perfection trap (La trampa de la perfección) en el que explora el perfeccionismo como un rasgo de la personalidad que produce sufrimiento. Asociado con la vergüenza de provenir de entornos con carencias materiales y el sentimiento de inferioridad que siente un niño o un adolescente que no tiene los tenis de moda o un coche bonito. Trabajar fuerte e incluso en exceso para ser exitoso y tener todo eso de lo que careció es una de las raíces del perfeccionismo. Existen una serie de prácticas insanas bien vistas socialmente. Ser el primero en llegar y el último en irse, no tomar vacaciones, estar en la oficina hasta tarde en 24 de diciembre.

El perfeccionista se caracteriza por rumiar sus errores obsesivamente, por sentir ansiedad por sus deficiencias, miedo a la humillación que sintió en el pasado y a revivir el sentimiento de no ser suficiente. Lo mueve su miedo al fracaso y el sentimiento de ser inferior. Necesita ser perfecto para probar que vale.

Este rasgo ha aumentado entre la gente joven en un 40 por ciento durante los últimos 30 años y está asociado a ansiedad, depresión, autolesión, desesperanza e impotencia.

Lo que define si alguien es perfeccionista o no es el origen del rasgo: sentimientos de minusvalía, de déficit personal, de vergüenza y de culpa; rumiación, autosabotaje, hipervigilancia, dificultad para existir en el presente y para valorar sus éxitos; preocupación excesiva por lo que puede salir mal y por vigilar cómo les está yendo a los demás. Para el perfeccionista el éxito es una maldición, porque sólo piensa en qué pasará si después fracasa. Es tal el miedo al error que si falla la primera vez, no lo intenta una segunda por vergüenza.

Existen 3 clases de perfeccionismo:

1. Orientado al sí mismo: autodesprecio, autocastigo en forma de insultos o golpes, falta de autocompasión.

2. Orientado a los otros: incapacidad para aceptar que las cosas han salido suficientemente bien y para expresar reconocimiento.

3. Socialmente prescrito: la creencia de que todos esperan que sea perfecto y de que no puede mostrarse débil porque todos los están viendo todo el tiempo.

En vez de buscar la perfección, tal vez es mucho más importante hacer una contribución al mundo aunque tenga fallas. La gente más feliz no es la más perfecta. Buscar ser excepcional es una buena forma de paralizarse y no hacer nada.

Al pensar en lo suficientemente bueno, siempre habrá que recordar a Donald Winnicott, quien acuñó uno de los conceptos más relevantes para la salud mental: la madre suficientemente buena, en los años cincuenta, época en la que las expectativas y los estándares que se esperaban de una buena madre eran imposibles de cumplir.

Ser padres perfectos es imposible e indeseable. Los niños necesitan aprender a lidiar con frustraciones y desilusiones para convertirse en adultos flexibles, capaces de pensar realistamente sobre sus capacidades y lo que sí pueden lograr.

Renunciar al reconocimiento externo y trabajar en la autoaceptación, con errores y limitaciones incluidos, es un camino para curarse.

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