Valeria Villa

Somos los que somos

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Los comienzos son emocionantes a pesar de su monto de angustia e incertidumbre. El inicio de un año puede ser todo lo que cada uno deposite en él: la oportunidad de concretar planes aplazados, de terminar una tesis abandonada, de hacer por fin ese viaje, de comprometerse con la pareja, ahora sí, hasta que la muerte los separe, o bajar de peso, o dejar de beber, de fumar, o comenzar a correr o a hacer yoga.

Estos planes, ilusiones y anhelos tienen una fecha de caducidad hacia finales de febrero, porque para realizar un acto hay que hacer un recorrido, vivir un proceso, despedirse y dejar ir algunas cosas para darle cabida a las nuevas. Puede ser que seamos acumuladores de asuntos pendientes, de cosas que ni terminan ni empiezan y así las vamos

arrastrando cada año.

Retomar la práctica terapéutica es siempre una renovada pregunta sobre la capacidad de las personas para cambiar. Un obstáculo cada vez más evidente para que la gente busque una terapia sólida son los profetas del amor propio que siguen prometiéndole a la gente que si obedecen sus mandatos el sufrimiento se terminará. Quiérete, acéptate, aléjate de los que te hacen mal, suelta todo lo que te estorbe. Son órdenes sencillas, que apelan al cambio como producto exclusivo de la voluntad. El nivel de seriedad, de profundidad y de inteligencia de estas propuestas es nulo pero vende porque la ilusión de la cura mágica es muy atractiva.

Hoy apareció en mi Instagram Walter Riso anunciando su programa de 4 semanas para recuperar el amor propio. Un seminario para enamorarte de ti, dice la publicidad. Riso siempre fue articulado, inteligente y ahora vende talleres. Tal vez es el gran negocio o tal vez es la crisis de pacientes lo que hace que quienes se dedicaban a la terapia, ahora vendan métodos de cambios e instructivos

para vivir la vida.

El problema con estas propuestas es que nos mandan hacer algo que no hemos procesado, que tal vez no tiene nada que ver con nosotros y que puede que nos deje más desilusionados después de intentarlo. Es diferente el acto, consciente, procesado, pensado, producto de preguntas, de reflexión y análisis, que el acto que se parece mucho a un acto impulsivo, no pensado, mecánico y que quién sabe a dónde lleve.

Estos programas para enamorarse de uno mismo refuerzan la postura de muchos que creen ser inocentes de todo lo que les pasa. Que el otro es el que nos hace mal es una convicción de la posición esquizo-paranoide de la que habló Melanie Klein. Sólo saliendo de ella se puede pasar a la posición depresiva, la que hace posible el duelo que significa aceptar nuestra responsabilidad en lo que nos pasa. Cuál es nuestra participación en ese juego que nos hace sufrir una y otra vez. Repetir lo que nos hace mal se debe en parte a la pegajosidad de la libido de la que hablaba Freud y quiere decir que difícilmente nos desasimos de nuestros objetos de amor infantiles, reconocidos, recuperados, reinventados y reeditados en el presente.

Preguntarse qué de uno se pone en juego en las escenas que nos hacen sufrir es más denso y menos atractivo que la promesa del autoenamoramiento.

No hay camino más que vivir un proceso, atravesar, enterarse, enfrentar, confrontar, aceptar que difícilmente cambiará nuestro tipo de personalidad, pero confiar en que es posible aflojar la rigidez, disminuir los síntomas, entender el porqué del sufrimiento, relacionarse mejor con la realidad, componer canciones nuevas, cambiarle la tonada a las viejas, pensar en nuevas historias, desde ese lugar donde seguiremos siendo lo que somos.