De masa a ciudadanos

De masa a ciudadanos
Por:
  • armando_chaguaceda

En poco más de un año de presidencia, Miguel Díaz-Canel ha enfrentado en Cuba retos complejos. La economía se estancó, como resultado de las inconsistencias en las reformas liberalizadoras y del impacto de las nuevas sanciones de Trump por los nexos militantes entre La Habana y Caracas.

La migración no cesa, con balsas que atraviesan el estrecho de La Floria y a través de rutas centroamericanas, dejando al envejecido país sin miles de trabajadores jóvenes y calificados. En la arena política, la diversificación del activismo y la crítica ciudadana buscan aprovechar los magros espacios habilitados por la apertura a Internet y la aprobación de una nueva —aunque restrictiva— Constitución. A todo eso, el Estado responde ampliando, en forma y fondo, el control social y la retórica épica y bélica.

A las tradicionales protestas —pequeñas y vapuleadas— de opositores y los debates —más o menos tolerados— de intelectuales se suman ahora manifestaciones de vecinos sin vivienda, usuarios que protestan contra la cara telefonía celular, transportistas privados que hacen una huelga soterrada, promotores de la protección animal, activistas LGBT y religiosos en pro y contra, respectivamente, del matrimonio igualitario. Hace dos semanas, cientos de estudiantes, intelectuales, artistas y gente diversa promovió una campaña de solidaridad con la profesora Omara Ruiz Urquiola, cesada —con pretextos administrativos— de su empleo universitario, a raíz de su activismo cívico. El pasado sábado se movilizó frente a la sede del Ministerio de Comunicaciones un centenar de personas, protestando por el cierre de su Red. Tres cosas son visibles: personas e identidades ante dispersas se conocen y comunican más, hay gente que utiliza las NTIC´s para informarse y coordinar acciones, se ocupa el espacio público para exigir respuestas a problemas puntuales o reivindicar derechos colectivos.

Algunos críticos desvalorizan parte de las nuevas movilizaciones, indicando que únicamente expresan demandas particulares y despolitizadas, dirigidas al Estado. Plantean que, por su condición, es gente incapaz de incidir en un cambio real en el país. Y, por ende, no serían dignos de atención por la opinión pública. No estoy de acuerdo.

En un contexto donde el Estado ha monopolizado —y restringido— por seis décadas los usos y significados de cualquier activismo y movilización, toda expresión de identidades o demandas preteridas constituye una buena noticia. La diversidad social se expresa, acompañada por una autonomía —quizá inmadura, no siempre consciente— frente a autoridades incapaces de lidiar con agentes ajenos a sus tradicionales organizaciones de masas, instituciones centralizadas y discurso monolítico. Sea como resistencia de dominados (James Scott Dixit) que usan códigos del poder —“la Revolución nos enseñó que el pueblo es lo primero”— o como agendas más amplias que enarbolan derechos, la masa deviene aquí ciudadanía.

El Leviatán tropical no sabe bien cómo procesarlo, más allá de las intimidaciones, cooptaciones y (re)presiones de siempre. Haría bien en aprender a lidiar de otra manera con estas reivindicaciones, pues algo de Cuba se mueve y no parece ser un síntoma pasajero. Pese a los autonomófobos oficiales y a mi “pesimismo del intelecto”.