Juana I de Castilla: una herida narcisista

Juana I de Castilla: una herida narcisista
Por:
  • yolanda_pica

Casa del Príncipe, Gante, Flandes (actualmente Bélgica), 24 de febrero de 1500, la archiduquesa Doña Juana (19 años) está en el baile, sin permiso de sus médicos, no se quiere separar de su esposo Felipe; de pronto, siente un fuerte dolor en el estómago, al ir al baño su sorpresa es que estaba naciendo su segundo hijo Carlos. Se atendió sola.

Se trata de la tercera hija de los reyes católicos: Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, descrita como la más bonita e inteligente de sus hermanos, fue criada para ser esposa de un rey europeo, aprendió latín, francés, danza, música, buenos modales y obediencia.

A los 16 años fue enviada a encontrarse con su futuro esposo Felipe (18), archiduque de Austria. Si bien, era un matrimonio arreglado por los padres de ambos, se enamoraron de inmediato, viviendo un apasionado romance, del que un año después nació la primera hija. El joven pronto perdió el interés en Juana y empezó a ser infiel con las cortesanas. La infanta rompiendo sus enseñanzas se rebeló y le exigió fidelidad, al no obtenerla, pasaba el tiempo vigilando a su esposo y en grandes peleas con él por celos.

A la muerte de sus hermanos y su sobrino, para 1500, se convirtió en la heredera de Castilla y Aragón. Cuando su madre vio lo celosa y controladora que era dejó una carta en la que expresaba que ella podía gobernar si mostraba ser una mujer “equilibrada”.

Poco después la pareja recibió estos sobrenombres: “Juana la Loca” y “Felipe el Hermoso”. Su matrimonio funcionaba a base de infidelidades, peleas, reconciliaciones acompañadas de embarazos, tuvieron seis hijos. Cuando Felipe murió súbitamente a los 28 años, su esposa estuvo pegada al féretro por meses hasta que lo pudo llevar a enterrar en Granada.

Como Juana tenía poco interés en ser reina, su padre asumió el gobierno y la encerró en Tordesillas, poco después tuvo una propuesta matrimonial que rechazó del rey Enrique VII de Inglaterra. Al reinado de su padre siguió el de su hijo Carlos, pero su mayor oportunidad de ser libre fue en 1520 en que un levantamiento comunero le pidió que saliera a ser su reina, ella se negó. Murió 46 años después de haber sido encerrada. En sus últimos días su nieto mandó al jesuita Francisco de Borja para que analizara su estado mental, quien afirmó que era una mujer con mente clara sin ideas extrañas. Nunca fue declarada incapaz por las Cortes de Castilla, es posible que su encierro fuera porque se negó a gobernar y defendía el ser mujer por encima del poder.

La pérdida, es una realidad en la vida para todos los seres humanos, puede ocurrir porque nos equivocamos, porque nos despiden de nuestro trabajo, un amigo se muda de ciudad o la muerte de un ser querido. Tales pérdidas llevan a nuestra estructura de personalidad a sentir un dolor emocional conocido como Herida narcisista, concepto acuñado por el psicoanalista Heinz Kohut en 1972 y seguido por el doctor James Frosch, profesor de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard, quien ha continuado este tema desde 2011, el cual presentó en el Congreso estadounidense de psicoanálisis con el título De la queja al dolor: el narcisismo y la incapacidad de hacer un duelo, explicando que esta forma de reaccionar aparece en la infancia cuando nos damos cuenta de que estamos separados de nuestros seres queridos y que ellos no son capaces de llenar todas nuestras necesidades y deseos, situación inherente a nuestra naturaleza; más tarde viene otro fuerte descubrimiento: la muerte, que nos incluye a nosotros. El experto explica: “la vida  representa un daño narcisista para todos porque hacemos conciencia de que deseamos vivir en un mundo donde las personas no estén separadas de sus seres queridos y que no exista el riesgo de sufrir decepciones, lo cual es imposible, nuestra existencia está llena de pérdidas y esto es al mismo tiempo una herida narcisista. Desde mi punto de vista, al sufrirlas las personas pueden reaccionar de varias maneras: sumergirse en fantasías evasivas imaginando que no fueron separados de su ser querido, sentir desesperanza, tristeza, sufrimiento, vergüenza o enojo al culpar a otros de su pérdida.

Las personas que no superan sus heridas son atrapadas en un duelo no resuelto.

Juana nunca se pudo recuperar, primero, del rechazo de su esposo y después, de su muerte, toleró vivir encerrada porque del mismo modo su vida ya estaba marcada por su desgracia.

En sus palabras: “odio todo lo que se interpone entre tu cuerpo y el mío, así sea el aire”.