Dice Alberto que dicen las jacarandas

Dice Alberto que dicen las jacarandas
Por:
  • juliot-columnista

A veces pienso que, en plena temporada, las jacarandas son demasiado, como esos crepúsculos irreales que Sylvia Plath adjetiva, con agudeza, de “atroces”.

Escribí “irreales” pero es justamente su realidad la que inhibe: esa máxima potencia de lo sublime (tan peligroso, tan manoseado, tan proclive a la cursilería y a la solemnidad) desplegándose frente a nuestros ojos. Nuestros escépticos, urbanitas ojos. Las jacarandas, además, se dicen a sí mismas: su expresión es volumétrica, tonal y, por supuesto, fonética. La palabra jacaranda es ya un exceso, como un racimo de vocales en la boca. ¿Qué hacer, entonces, frente a ellas? ¿Dejarlas en paz? No: son una invitación y un desafío.

Alberto Ruy Sánchez aceptó el reto y entró de lleno al peligroso tema de las jacarandas. El resultado de esa inmersión es un pequeño libro de poemas titulado Dicen las jacarandas (Ediciones Era). Es un libro airoso, en la triple acepción de este término: esbelto, exitoso y lleno de aire. Esbelto: no podía ser de otra manera, un gran, profuso libro sobre las jacarandas hubiera sido un exceso y una tautología. Alberto entendió que al tema enorme había que tratarlo con la elegancia de la brevedad, aportando mucho con poco, dándole la voz a los árboles, dejándolos florecer en el libro. E incluso, observador inteligente, cantándoles cuando no florecen. Dice, con entonación oriental: “Entre / la lluvia / y el sol, / brillan / las hojas / de la jacaranda / sin flor”. Muy bien ahí, siendo esbelto, sin dejarse ensordecer por los trompetazos de la primavera, haciendo uso de la modesta alusión. Exitoso: el poeta hace un buen papel, asedia su tema sin caer en trampas ni tentaciones y, al mismo tiempo, se deja asediar por él, a ver qué entonaciones, qué ensoñaciones, qué reflexiones le provocan las jacarandas. Su entusiasmo es contagioso sin ser desmesurado, entre otras cosas porque Alberto entendió, desde el arranque del libro, a someter su vanidad, a contener las efusiones del ego para permitir la comparecencia de los árboles y de la poesía. El poeta se hace voz, es nada más y nada menos que la pura transmisión, porque el protagonismo es de las jacarandas y su música. Y es un libro lleno de aire: vivo, oxigenante, sin mayores intromisiones, escrito casi en su totalidad en octosílabos austeros, respetuoso del ímpetu del árbol y sus colores. ¿Y de qué color es la flor de la jacaranda? No hay consenso: azul en la mañana y lila en la tarde, dice Alberti; violeta, acota Seferis; Juan L. Ortiz habla de un “anhelo de morado”; Silvina Ocampo titubea: “casi azul no es azul, casi violeta no es violeta”; Darío matiza: “azul blancuzco”; Enriqueta Ochoa y Ana Belén López se embriagan de lila... Todos ellos convocados por Alberto Ruy Sánchez que, casi sin querer, casi sin que se note, nos ha regalado un pequeño tratado poético sobre estos fascinantes árboles.

Para el poeta, las jacarandas son centauros, “improbables y posibles”, excepcionales y cotidianas, casi humanas, “casi flores, casi frutos”. Son una aparición que nos enseña a ver y, tal vez, nos hace mejores. Este libro contribuye a esa importante labor: su lectura es pura ganancia.