El viejo feminismo masculino

El viejo feminismo masculino
Por:
  • rafaelr-columnista

La admirable movilización política de las mujeres en diversos países americanos, desde Chile hasta Estados Unidos, pasando por México, es buen pretexto para rememorar lo que tenía lugar hace exactamente un siglo en nuestra región. Entonces el movimiento sufragista se encontraba en un momento de auge y sus líderes mujeres desafiaban los límites de un feminismo articulado, fundamentalmente, por intelectuales hombres, que debatían si a las mujeres debía concederse el derecho a voto.

Un punto de partida de aquel feminismo fue el ensayo de John Stuart Mill, La sujeción de la mujer (1869), que defendió la extensión del sufragio universal. Otro pensador muy leído por los latinoamericanos a fines del siglo XIX, Herbert Spencer, se opuso a las ideas de Mill, argumentando que el sufragio se relacionaba con una serie de contribuciones al Estado, como la participación en las guerras y el pago de impuestos, por lo que hasta que las mujeres no alcanzaran el mismo papel que los hombres en esas áreas no debían ser votantes.

"En 1927, al ver claramente trascendido el viejo feminismo positivista, propio de los letrados de fines del siglo XIX, uno de sus promotores, el cubano Enrique José Varona, escribió en Revista de Avance: “las aplaudo; como a todo cuanto se revuelve contra la injusticia de la mala organización social. Aspirar, protestar, combatir, derribar un obstáculo hoy, mañana otro. Porque la conformidad no es virtud recomendable”

Muchos positivistas latinoamericanos, lectores de Spencer, como el mexicano Justo Sierra y el cubano Enrique José Varona, todavía a principios del siglo XX, eran partidarios de que la igualdad entre el hombre y la mujer avanzara en términos de acceso a la educación y el trabajo, pero no estaban de acuerdo con la extensión de derechos políticos. Aquellos positivistas sentaron las bases jurídicas de una resistencia feroz contra el sufragio femenino, como pudo comprobarse en una constitución tan avanzada socialmente como la de Querétaro de 1917.

Por el flanco socialista, el feminismo decimonónico produjo otra obra referencial: el ensayo de August Bebel, La mujer y el socialismo (1879). A diferencia de Spencer y al igual que Mill, Bebel era partidario de la igualdad plena de derechos entre el hombre y la mujer, pero introducía un elemento de subordinación de la cuestión de género a la cuestión social, que arraigaría fuertemente en los debates marxistas. Paul Lafargue, por ejemplo, marxista cubano casado con Laura, una de las hijas de Marx, sostenía en su ensayo La cuestión de la mujer (1904) que el “antagonismo entre los sexos sólo encontrará su solución con la emancipación de la clase obrera, en la que están incluidas tanto las mujeres como los hombres”.

Todo aquel debate masculino, que atravesó tanto la corriente liberal como la socialista, fue rebasado en las primeras décadas del siglo XX por un movimiento sufragista global, organizado por las propias mujeres. Las sufragistas ecuatorianas (Matilde Hidalgo, Bertha Valverde, Amarilis Fuentes, Rosa Borja de Icaza…) fueron las primeras en lograr los mismos derechos políticos que los hombres en América Latina. Sucedió en 1929, más de diez años después que en Canadá y nueve años después que las mujeres blancas conquistaran el voto en Estados Unidos, gracias al activismo de Susan B. Anthony, Elizabeth Cady Stanton, Olympia Brown, Ida Husted Harper y tantas otras.

"Muchos positivistas latinoamericanos, lectores de Spencer, como el mexicano Justo Sierra y el cubano Enrique José Varona, todavía a principios del siglo XX, eran partidarios de que la igualdad entre el hombre y la mujer avanzara en términos de acceso a la educación y el trabajo, pero no estaban de acuerdo con la extensión de derechos políticos. Aquellos positivistas sentaron las bases jurídicas de una resistencia feroz contra el sufragio femenino"

Las sufragistas uruguayas (María Abella, Paulina Luisi, Fanny Carrió, Sara Rey Álvarez…) serían las siguientes en alcanzar el derecho a voto en 1932, el mismo año que las feministas brasileñas. A Uruguay y Brasil seguirían, en América Latina, Cuba en 1934, Puerto Rico en 1935, El Salvador en 1939, Guatemala en 1946, Argentina en 1947 y Costa Rica en 1949. Pero buena parte de la región (México, Colombia, Chile, Perú, Haití, Nicaragua, Honduras, Paraguay) alcanzó el sufragio femenino a partir de los años 50.

En 1927, al ver claramente trascendido el viejo feminismo positivista, propio de los letrados de fines del siglo XIX, uno de sus promotores, el cubano Enrique José Varona, escribió en Revista de Avance: “las aplaudo; como a todo cuanto se revuelve contra la injusticia de la mala organización social. Aspirar, protestar, combatir, derribar un obstáculo hoy, mañana otro. Porque la conformidad no es virtud recomendable”.