Quietud melancólica

Quietud melancólica
Por:
  • valev-columnista

Casi todos los adultos que están cerca de mí, incluyéndome, estamos cerrando el año con un agotamiento que entendemos como normal. Es normal trabajar sin parar, dormir poco, pasar largas horas sin comer nada, preocuparse despiertos y dormidos por nuestros hijos, por la salud física y emocional de los que amamos, por el dinero que nunca le sobra a la mayoría, por el futuro de nuestra vida profesional, entre muchísimas angustias que sumadas serían kilómetros o toneladas de agobios.

Si tuvimos suerte a lo largo de nuestro desarrollo, lograremos tranquilizarnos y convencernos de que no ocurrirá lo que tememos y quizá sólo haremos algunos ajustes, para no vivir al borde de un ataque de nervios.

Otros menos afortunados, no serán capaces de calmarse y de consolarse a sí mismos, porque nadie los consoló ni los acompañó a crecer. Para ellos, los terrores de la mente no desaparecen jamás. Necesitan desarrollar la fuerza que por razones biográficas no se logró en su momento: la capacidad de enfrentar con más o menos entereza y estabilidad la incertidumbre de vivir. La tranquilidad siempre es temporal, dura poco y sólo llegará de forma permanente con la muerte.

Habrá quien crea en el destino, en el designio de algún dios, en el orden del cosmos o en las fuerzas del universo. Da igual, porque todo apunta a que la fortuna a veces nos da la espalda y hay épocas de mala suerte en las que todo parece difícil. Frente al cúmulo de problemas y desilusiones que es la vida, sólo queda escoger el camino más amable posible y enfrentar un día a la vez. Como cuando sufrimos un accidente, una cirugía o comenzamos a sentirnos viejos, pensar que cada día, cada progreso, cada paso, cada mañana en la que no se siente dolor, es un regalo que hay que agradecer. Al Destino, a Dios, al Cosmos o al Universo.

Todo lo que deseamos con mucha intensidad, tardará mucho tiempo en materializarse: la autonomía de los hijos, la consolidación de una relación de pareja sana, la solvencia económica, la estabilidad emocional. Es por eso que tal vez nos convenga encontrar la belleza de las pequeñas cosas de cada día. Pensar obsesivamente en el futuro o lamentarse por el pasado, nos aleja de la posibilidad de aprender y disfrutar de la experiencia que ocurre en el presente.

Paradójicamente, la esperanza es virtud y veneno. Como filosofía, creer que las cosas resultarán moderadamente bien, es deseable. Como raíz de impaciencia, que convierte a la esperanza en desesperación y prisa, sólo es un estorbo para la alegría.

El libro de la vida (The book of life) sugiere la quietud melancólica, que protege contra la manía y la angustia de querer que todo pase rápido. Esa quietud permite reducir la expectativa de control que le ponemos al futuro.

¿Vamos a esperar a que llegue un final feliz, que es tan incierto como nebuloso, para empezar a vivir?

Les deseo felices fiestas y un 2020 lleno de quietud melancólica, pero también de una dosis suficiente de valentía para seguir deseando.

Esta columna volverá el 17 de enero del año que está por empezar.