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La chica del arete de vidrio

Al margen

Johannes Vermeer, La chica de la perla, óleo sobre lienzo, ca. 1665, Galería Real de Pinturas Mauritshuis.Fuente: commons.wikimedia.org
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Con una mirada cautivadora nos ve a los ojos. No nos desafía pues en realidad apenas nos mira, volteando hacia nosotros y mostrándonos sólo tres cuartos de su rostro. Usa un turbante que le brinda un aire exótico, pero lo que más llama la atención es el brillo de su arete, que resplandece contra el fondo negro que la rodea. Es este accesorio lo que durante muchos años la ha bautizado, a falta de datos biográficos concretos que permitan a los historiadores nombrarla; es la chica del arete de perla. Todos la conocemos con este nombre y la suya es una de las caras más famosas del mundo, sin embargo, a partir de una nueva exposición de Johannes Vermeer, autor de este aclamado retrato, nuevas investigaciones han puesto en duda la pertinencia del título que ostenta al día de hoy.

EN FEBRERO DE ESTE AÑO, el Rijksmuseum de Ámsterdam anunció con bombo y platillo la inauguración de una nueva exposición retrospectiva de Vermeer, uno de los artistas más reconocidos de los Países Bajos y, sin duda, de los mayores exponentes del barroco neerlandés. La noticia causó expectativa y emoción en el ámbito artístico global, pues no se trata de cualquier muestra, sino de un hito verdaderamente excepcional: reúne 28 obras, convirtiéndola en la exposición más amplia del pintor de Delft jamás montada. Es decir, nunca tantos cuadros de Vermeer se habían visto juntos. Este logro, desde luego, ha generado un nuevo interés en su trabajo —de por sí ampliamente difundido y estudiado—, lo cual ha hecho que los especialistas profundicen y cuestionen todo lo que hasta ahora habíamos dado por establecido sobre la obra del gran maestro de la luz.

Los nuevos estudios y hallazgos en el marco de la magna exposición se enfocan, como es de esperarse, en sus obras más destacadas, entre las que se encuentra la llamada La chica de la perla o La chica del arete de perla. Pintada alrededor del año 1665, es al día de hoy una de las obras de arte más famosas de la historia. Para muestra, se encuentra entre las seis piezas más vistas en la plataforma Google Arts & Culture, con un promedio de 1.5 millones de visitas al año —cifra sólo superada por la Mona Lisa, de Da Vinci, la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel y La noche estrellada, de Van Gogh. Su fama actual se debe en gran medida a la novela escrita por Tracy Chevalier y llevada a la pantalla grande en 2003 con Scarlett Johansson como la anónima modelo de Vermeer. A pesar de contar con reconocimiento mundial, todavía hay muchos misterios alrededor de ella.

Para empezar, no ha sido posible identificar a la retratada; mientras unos suponen que debió ser la hija mayor del artista, María, otros proponen que se trataba de alguna de sus sirvientas, quienes aparecen a menudo en su obra llevando a cabo labores domésticas cotidianas. La confianza e intimidad que refleja su rostro hace que en lo personal me decante más por la primera teoría, pero nada está escrito en piedra —aún. El otro gran misterio tiene que ver con su título y es ahí donde se ha enfocado la mirada de los curadores del Rijksmuseum.

Lo cierto es que no deja de ser fascinante encontrarnos con nuevos datos sobre obras que hemos visto una y otra vez

DURANTE SIGLOS, La chica del arete de perla no sólo era una pintura prácticamente desconocida; tampoco se conocía a ciencia cierta a su autor. Pasó de mano en mano como la obra de un pintor anónimo e incluso en el siglo XIX se vendió por menos del valor actual de una libra esterlina. Finalmente, en 1903 llegó a la Galería Real de Pinturas Mauritshuis de La Haya, donde reside actualmente. Fue ahí donde, en 1995, se le bautizó con su título actual, después de décadas de ser conocida como La chica del turbante. Ahora uno de los curadores del Rijksmuseum, Pieter Roelofs, ha sacado a la luz las dudas que han circulado sobre la famosa perla que cuelga de su oreja: propone en el catálogo de la magna retrospectiva que se podría tratar de un arete de vidrio soplado, proveniente de Venecia.

Si bien se trata de un cuadro creado en lo que se conoce como la era dorada de la pintura neerlandesa, Vermeer no fue un pintor muy destacado en vida. En retrospectiva esto resulta muy difícil de creer: consideremos simplemente que a la fecha de publicación de este suplemento, los boletos para su exposición en el Rijksmuseum ya están agotados, a pesar de que la muestra se clausura hasta junio. Pero en realidad Vermeer pasó la mayor parte de su carrera luchando por vivir de su trabajo. En otras palabras, si no era un pintor que gozara de mucho reconocimiento en su época, mucho menos logró posicionar a buen precio su obra y, por lo tanto, difícilmente pudo haberse costeado la compra de una perla de las dimensiones que se observan en su cuadro. En la documentación consultada por Roelofs se consigna que una perla probablemente más pequeña que la que se observa en el retrato se vendió en Londres por 500 libras en 1632; de acuerdo con The Art Newspaper, este monto equivaldría a cien mil libras actuales.

Para muchos podrá ser insignificante saber si Vermeer pudo o no comprar una perla tan grande para adornar a su modelo, finalmente ese rostro seguirá cautivando a sus espectadores sin importar de qué material estaba hecho el arete. Lo cierto es que no deja de ser fascinante encontrarnos con nuevos datos sobre obras que hemos visto una y otra vez, porque nos acercan un poco más al contexto de su producción.

Saber que el arete probablemente era de un vidrio hecho para asemejar una perla nos da a entender que hay un dejo de aspiracionismo en la afamada obra, por ponerlo en términos actuales. Esto podrá sonar a chiste, pero analizar las tendencias de la moda a través de estas pinturas nos permite comprender mejor las dinámicas sociales y económicas de aquel tiempo. En cuanto al propio Vermeer, nos recuerda que, a pesar de abarrotar hoy las salas de los museos, fue un pintor al margen, con una numerosa prole que mantener (tuvo quince hijos, aunque se asume que cuatro murieron en la infancia). Eso lo hace un poco más humano y trágico, un poco menos heroico. No sé ustedes, pero ésas son las historias que yo prefiero leer y por eso me quedo con el título La chica del arete de vidrio.