En Iztapalapa, las pajareras del Colectivo Chalchiuhtlicue crearon un espacio seguro para las mujeres de esta alcaldía, mediante la observación de aves. En sus recorridos incentivan la participación comunitaria de mujeres en esta actividad, así como desahogan las agresiones que enfrentan y visibilizan la violencia de género presente en este gremio.
Angelina Martínez, fundadora de la agrupación, guía a un grupo de personas en el Área Natural Protegida Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, y sin necesidad de binoculares, logra hallar decenas de aves moviéndose entre los árboles y los primeros rayos del sol.

- El Dato: La Colectiva Chalchiuhtlicue obtuvo una mini-beca por parte del laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell, de Nueva York, Estados Unidos.
Aunque no estudió una carrera académica como ornitología, la historiadora y sus tres compañeras de la agrupación conocen los nombres de las 150 especies en la zona y sus características, pues llevan cinco años como observadoras de aves, mejor conocidas como pajareras.
Cada parada aprovecha para hacer una actividad para visibilizar violencias o desigualdades que enfrentan las mujeres al dedicarse a la observación de aves.
“¿Será lo mismo entrar siendo un extranjero rico o siendo una mujer adulta mayor de menos recursos? (...) No es normal que a una persona de comunidad la hagan menos por no tener estudios a pesar de que vive en el área y conoce las aves de su lugar. No normalicemos este tipo de violencias”, sostuvo la especialista durante el recorrido.

Esta agrupación ha logrado convocar a varias mujeres de las colonias San Miguel Teotongo y Ampliación Emiliano Zapata. A la par que identifican decenas de especies en la Sierra de Santa Catarina y en el Cerro de la Estrella, crean también redes de apoyo ante la violencia de género.
“Aunque ninguna de nosotras sabía nada sobre observar aves, llevábamos comida, nos sentábamos a platicar de todo lo que nos atraviesa y la violencia en nuestros hogares.
“Nos dimos cuenta de que la pajareada era el pretexto perfecto para juntarnos, desahogarnos y sentirnos acompañadas. Las aves se convirtieron en un símbolo de esa resiliencia y acompañamiento entre mujeres. Como ellas, podíamos juntarnos un ratito y después cada una volaba a su casa”, dice Angelina Martínez a La Razón.
En 2019, era (y sigue siendo, enfatiza la mujer) común el robo, el acoso sexual y el narcomenudeo en los pocos espacios públicos de Iztapalapa, una de las alcaldías más inseguras y con menos área verde por habitante de la capital. Por ello decidieron hacer este colectivo.
“En nuestras colonias hay mucha violencia contra la mujer. Y los parques y las áreas naturales cerca son inseguras, una no puede ir ahí sola. Así que nos juntamos para protegernos y salir a estos espacios a platicar, observar aves e intercambiar conocimientos”, explica Martínez.
Así fue como crearon un espacio seguro para mujeres; sin embargo, mientras más se especializaban como pajareras, encontraron otras violencias en el gremio dominado por hombres académicos de altos recursos.

“Nosotras no éramos especialistas en nada. Empezamos de una manera muy autodidacta, nos metimos a cursos y después ganamos becas. Pero mientras más nos involucramos surgieron violencias, donde menospreciaban nuestro trabajo, cuestionaban nuestras observaciones”, explica la historiadora.
También dentro de las instituciones, como la Secretaría de Medio Ambiente local (Sedema), menciona, han sido discriminadas, pues algunos encargados de áreas protegidas han menospreciado su conocimiento, por surgir fuera de la academia y dentro de lo comunitario.
“Había que hacer algo para que las mujeres y las niñas de nuestro territorio no sientan que, porque son mujeres, son de Iztapalapa o no tienen estudios, sus observaciones son inválidas”, comenta.
Algunas pajareadas de Chalchiuhtlicue en áreas protegidas de la ciudad están acompañadas de talleres sobre violencia de género. Gracias a esto conocen a otros colectivos de mujeres observadoras y ejercen presión en el gremio para erradicar estas violencias.
Angelina Martínez no puede escoger un ave favorita, pero la primera que vuela entre sus pensamientos es el zumbador mexicano (Selasphorus heloisa), un colibrí endémico de nuestro país y el más pequeño del continente.
La belleza de esta ave, como la de Iztapalapa, está en sus desapercibidos detalles, explica la pajarera. Es un colibrí verde de pico corto y recto. Es tan pequeño como un abejorro, tanto que su aleteo suena idéntico al zumbido de este insecto. Los machos tienen el pecho adornado con plumas de color magenta metálico y una mancha blanca detrás del ojo, como si tuviera un delineado.
Aunque la estudiosa conocía al zumbador mexicano, pues es un ave migratoria que visita Iztapalapa cada invierno, no conocía su nombre. Cuando la identificó supo que fue de las primeras personas que detectó su presencia en la alcaldía.
“Recuerdo que los académicos no creían que esa ave estaba en esa zona, porque nadie la había registrado previamente. Las aves son mensajeras en muchas mitologías, y en la pandemia perdí muchos seres queridos. Entonces esta ave se volvió un mensaje de resiliencia que me compartió la naturaleza.
“Al voltear a mirar a otras especies, te hermanas con el territorio. Cada vez que lo recorro, escucho y veo las aves. Luego noto cómo se van y regresan el siguiente año y yo espero su regreso”, sostiene Angelina Martínez. Mientras el zumbador mexicano vuelve a casa, las pajareras de Iztapalapa comparten su mensaje de resiliencia a otras mujeres.

