Armas químicas

Armas químicas
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

La sospecha de que hayan sido los rebeldes sirios, y no la dictadura de Bashar el Assad, quienes han usado armas químicas no es tan descabellada como parece a primera vista. Incluso tiene mucho sentido si se interpreta como un intento desesperado de la oposición para forzar la intervención de las democracias occidentales en una guerra que está perdiendo ante la enorme superioridad militar del régimen.

De hecho, el primer incidente químico fue denunciado por el Gobierno sirio después de un enfrentamiento con los insurgentes el 19 de marzo en Alepo, la gran ciudad comercial cerca de la frontera con Turquía. La televisión estatal difundió imágenes de varios heridos con graves síntomas de asfixia. Se habló entonces de un misil cargado con una sustancia desconocida. Dos casos más han sido señalados más recientemente, uno en la periferia de la capital Damasco y el otro en Homs, tercera ciudad del país.

Sin hacer la más mínima investigación, gran parte de la prensa internacional ha responsabilizado al régimen a partir de las denuncias realizadas por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), una organización vinculada a la oposición y con sede en Londres. Hubo, sin embargo, una voz discordante, que llegó del lado menos esperado. Desde la Comisión Independiente Internacional de Investigación de la ONU para Siria, la jurista suiza Carla del Ponte aseguró que los indicios apuntaban a “un uso por parte de los rebeldes, y no por parte de las autoridades gubernamentales”.

En una entrevista a la televisión suiza, la ex fiscal de los tribunales penales internacionales para Ruanda y Yugoslavia explicó que había “sospechas fuertes y concretas, aunque aún no son pruebas irrefutables, del uso de gas sarín, dado el modo en que las víctimas tuvieron que ser tratadas”. Los investigadores de la comisión de la ONU entrevistaron a heridos y médicos en hospitales ubicados en países vecinos, pero no han podido hasta ahora entrar en Siria para recoger muestras de tierra en los lugares donde cayeron les misiles sospechosos.

Cuando Barack Obama dijo, en agosto, que el uso de agentes químicos era una “línea roja”, era claro para todos que la advertencia iba dirigida a Bashar el Assad. Sin embargo, el presidente estadounidense expresó también su preocupación ante la posibilidad de que esas armas cayeran en manos inadecuadas si se derrumbaba el régimen. El temor era que fueran entregadas a los enemigos de Israel, como la milicia chií libanesa Hezbolá o los grupos islamistas que luchan contra el régimen sirio.

El Ejército israelí y su servicio de inteligencia acaban de demostrar que tienen la capacidad de destruir el armamento moderno que Irán envía a Hezbolá a través del territorio sirio. En cambio, no se sabe si algunos de los numerosos desertores del Ejército sirio, entre ellos generales y coroneles, que han cambiado de bando y se han llevado todo tipo de armamento, han tenido también acceso a los depósitos de químicos letales, como el gas sarín y mostaza o el agente nervioso VX, como lo dejan entender las declaraciones de Carla del Ponte.

En cualquier caso, el solo hecho de que esas armas prohibidas por las convenciones internacionales hayan aparecido en el campo de batalla, ha desatado las alarmas en Washington y en las otras capitales occidentales. Sin embargo, en lugar de “línea roja” y de ayuda militar a los rebeldes, Obama prefiere hablar ahora de diálogo entre las partes, con el apoyo de Rusia, el principal aliado del régimen sirio. De repente, hay prisa para buscar una salida negociada a una guerra cruenta que ha provocado la muerte de unas 70,000 personas en dos años y el éxodo de más de un millón de refugiados a los países vecinos.

Sin perder un minuto, el secretario de Estado, John Kerry, ha viajado a Moscú para reunirse con su homólogo ruso, Serguéi Lávrov, y con Vladímir Putin. Han acordado convocar lo antes posible una conferencia internacional sobre Siria para animar a ambas partes a “buscar una solución política”. Aunque no lo reconozca abiertamente, Washington ya no exige la salida de Bashar el Assad como condición previa a la negociación. A cambio, Rusia ya no se aferra al statu quo en Siria y acepta implícitamente la posibilidad de un cambio en la cúpula del poder.

Por primera vez, EU y Rusia han logrado un acuerdo sobre Siria. Es un paso importante, pero queda ahora lo más difícil: que los propios sirios dejen de lado los odios recíprocos y acepten de nuevo vivir juntos para evitar la desintegración de su país en varias entidades.

bdgmr@yahoo.com